Un buen día algo lo iluminó. Caminaba por el barrio y se dio cuenta que faltaba algo. Las casitas eran lindas, las calles estaban cuidadas y había luminarias en cada esquina. Pero el celeste del cielo no combinaba con lo que lo rodeaba. Pensó y pensó, sentado en la hamaca de la pequeña plaza hasta que dio con la clave del enigma: las flores.
Al barrio le faltaban flores. Los árboles eran potenciales colosos en crecimiento, pero había mucha vereda, mucho tapialito y poco verde, nada de macetas y ausencia total de colorido.
Así comenzó la ardúa tarea en la que se encaminó Santiaguito. Con sus siete años a cuestas, apareció una tarde con una carretilla de plástico (rojo chillón) cargada de plantitas. Tocó timbre en la primera casa de la primera calle del barrio. Una señora muy grande (de tamaño y de edad) le abrió la puerta y sonrío al verlo. Recibió con agrado el obsequio de las plantitas y se comprometío a colocar algunas en macetas y otras en el terreno que daba a la calle.
Santiaguito se fue empujando la carretilla, saludando a la señora con la manito izquierda. Un par de horas volvió con más plantitas y tocó timbre en la segunda casa.
Así, de a poco, la gente del barrio era visitada por Santiaguito. También volvía a las casas donde había dejado plantitas, para asegurarse que las hubiesen utilizado para su propósito.
Al poco tiempo, la silueta del niño de siete años empujando la carretilla cargada de plantitas se había hecho familiar para los vecinos del barrio. Todo el mundo lo saludaba y lo detenían para ofrecerle chocolate caliente, jug de naranja o tan solo agua. Santiaguito (así se presentaba) nunca decía que no y mucho menos, jamás dejaba de sonreír.
El día que llevó las plantitas a la casita más alejada del barrio, que aún no había visitado, fue la última vez que lo vieron. Los vecinos esperaron en vano su figura diminuta recorriendo las calles, alegrando con su andar y el de su carretilla la vida cotidiana. Aún añoran su sonrisa, su simpatía innata, el timbre sonando...
Cuando alguno lo recuerda, les sirve con mirar alrededor y observar las flores: la sonrisa no tarda en aflorar, en arrancar una carcajada y porque no, de vez en cuando, una lágrima.
Aquel angelito voló a alguna parte, vaya a saber dónde, pero seguramente estará pintando de felicidad una partecita del mundo. Porque a los lugares siempre le falta algo, a veces son grandes cosas, otras, pequeños detalles. No siempre hay un angel dispuesto a darse cuenta. Y mucho, menos, uno que haga lo que nosotros no hacemos.
Carlitos
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Con once años son otros los horrores, efectivamente.
Jugar a las escondidas se podría considerar casi normal una tarde de
primavera; jugar en grupo, en la...
Hace 4 semanas
3 comentarios:
A veces uno anda espantando los santiaguitos, no sea que las cosas salgan bien y haya que dar explicaciones...
el santi!
de entrada, para mi, la palabra Santiaguito es muy especial.
muy buen relato Ernest!
las flores transportan, las flores son cómplices de los sentimientos de quien las admira.
un gran abrazo!!!
nadie va a repartir las flores por nosotros no?, al menos nadie que yo me haya enterado...
salute!
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