Los domingos bien temprano, apenas salía el sol, el viejo José tomaba la caña y se iba al río. En los canteros de las viviendas delante de las cuales pasaba caminando en su trayecto, recolectaba una que otra lombriz para usar de carnada.
Elegía una zona del puerto donde un espigón derruido por el tiempo y las mismas aguas, lo hacía sentir parte del río.
La vista de las islas, cubriendo el horizonte, era el bálsamo justo para un día de descanso. El sonido del agua golpeando las piedras, la brisa del viento acariciando la cara. A su lado el termo y en su mano el mate: amargo, suave, caliente.
La caña arrojada a un lado, junto a la bolsita de nylon con las lombrices. Era un ritual contemplar primero lo que lo rodeaba antes de comenzar con la pesca. Saborear ese regalo de la naturaleza para sus ojos, su alma.
Veía a lo lejos, en una boca del río que se metía entre dos islotes, una pequeña embarcación de pescadores, sacando del agua lo último de la jornada nocturna para ir a vender, lo antes posible, los pescados en la ruta. Para entonces ya el sol alumbraba con fuerza y los pájaros atravesaban un cielo despejado y brillante.
Las mañanas de los domingos eran tan tranquilas como cualquier otra, con la salvedad que era la mañana en la que él podía estar allí. Lejos del trabajo, de los problemas económicos, de las cuestiones políticas que tanta bronca le daban, de los malos resultados del club que era simpatizante.
El río lo transportaba a otra dimensión. No muy lejana, al contrario, más bien próxima. Porque se sentía más cerca de si mismo, de sus viejos anhelos, de los sueños que se perdieron en el camino, de las ideas que siempre tuvo y nunca pudo concretar. Allí, delante de esas aguas sucias pero tan suyas, de esas islas tan descuidadas pero tan hermosas, volvía a sentir que era dueño de su vida.
Apuró el mate hasta que hizo ruido. Lo dejó a un lado y tomó la caña. Sacó una lombriz de la bolsita y con la habilidad de un hombre de años pescando, la colocó en el anzuelo. Se puso de pie y tiró la línea. Cayó lejos en el agua, dejando una onda circular a su alrededor, allí donde la plomada se hundió.
Siempre había pique. Era más que una corazonada para el viejo José. Era una certeza.
Sintió que la tanza tironeaba y la boya, flotando en el agua, parecía moverse. Se entusiasmó como un niño. No se apuró como hacen los que no tienen paciencia. Aguardó el instante preciso y cuando creyó que la presa ya tenía el anzuelo asegurado, comenzó a traer la línea con velocidad.
Al tener lo capturado debajo de las aguas pero ahora a pocos metros de donde estaba, pegó el tirón hacia arriba para ayudar con la caña a traerlo al espigón. Y entonces lo vio danzar en el aire, sobre su cabeza, asido con fuerza del anzuelo, sin poder escaparse: un sueño de adolescente.
El viejo José se regocijó con ganas, vaya pieza había sacado. Lo vio tendido en el espigón, haciendo esfuerzos para escaparse, chapoteando sobre la piedra. Se acercó con alegría y lo contempló con lágrimas en los ojos. Era tal cual lo recordaba. Un sueño hermoso, de esos que se tienen de pibe, cuando lejos están de imaginarse las responsabilidades o las rutinas. Era el sueño de ser aviador, de recorrer los aires y sobrevolar océanos. Allí estaban las alas, la cabina, ese traje imaginario de tela gris con vivos verdes, el casco con su nombre... ¡que buena presa había sacado!
Acarició el sueño tendido en el piso, sentía ganas de abrazarlo y no dejarlo ir. Pero sabía que ya no le pertenecía. Era parte del pasado, de otra instancia de él, de otro momento. Suspiró profundamente y casi sin muchas ganas, lo tomó con sus manos y tras contemplarlo por última vez, lo devolvió al agua. Era la parte más dura de la jornada. Pero era lo correcto.
Sonrió. Qué lindo recuerdo. En fin, así es la pesca. Difícilmente se pueda quedar con algo. Preparó de nuevo la carnada y alistó la caña. De reojo miraba el mate, tentado por cebarse otros amargos. "Un par de sueños más y me tomo otro" se dijo casi convenciéndose, más entusiasmado en ese instante por ver que otra pesca le regalaba el destino que por un amargo caliente.
Carlitos
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Con once años son otros los horrores, efectivamente.
Jugar a las escondidas se podría considerar casi normal una tarde de
primavera; jugar en grupo, en la...
Hace 4 semanas
7 comentarios:
Delicioso...uno se siente transportado al lugar y se sorprende y se alegra por tan inusual pieza servida por el río...de la vida, imagino.
Sugerente imagen. Tienes el don de sorprender Netomancia. Me alegro de leerte.
Saludos desde España.
Paloma
Neto, podrías haberlo titulado:
"El pescador de sueños"...pero hiciste bien en no hacerlo,parecería de Paulo Coelho...ajhh, perdoname, es como si nombrara a Arjona...
Volciendo a tu relato, decir excelente es poco, pensaba en Hemingway con el viejo y el mar, esa descripción morosa y precisa que vos hacés, pareciera que pescaras de toda la vida, con boyas,claro.
¿Por qué este cuento no está en Netomancia, ya que tiene su costado "fantástico" ¿O será mas preciso decir que es un cuento dentro del realismo mágico?
donde dice "volciendo" si, estoy sin anteojos,che...
es "volviendo"
Exquisito.
Sueños del río...
O conejos de la galera.
Siempre con una sorpresa escondida en tus relatos.
Si pudiéramos pescar sueños, Neto!
Quizás ... me quedaría con alguno, y no lo devolvería al río...
:)
Great, Hermanito.
PD.
Si Felipe opina lo mismo de Coelho que de Arjona, pasará a formar parte de la lista de mis ídolos. Amén.
impecable Netito, una relato cargado de sentimientos y con colores locales al mejor estilo el Viejo y el Mar; también me transportó por lugares y escenas de una peli llamada Los Muertos de Lisandro Alonso, que transcurre en el río y nos deja sin aliento como tus relatos.
Que buen ejercicio el de José de recordar para no olvidar, de recordar para seguir soñando, de soñar para seguir en camino...
precioso relato Netito!
Salute!
Que hermoso que lo contaste, muy buenas las descripciones.
Gracias Tinta, Felipe, Dieguito, Sil y Carla! Se aprecian sus palabras!!!
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