jueves, 18 de marzo de 2010

Las canicas de Landriel

Los chicos se amotinaron en un rincón del patio trasero. Las maestras estaban en la cocina, conversando y tomando el desayuno. Ninguna le prestó atención al vacío que se produjo en el patio interno. Solo quedaron algunas niñas jugando con el elástico, indiferentes de la revuelta que se estaba dando afuera.
Martín quería poner orden, empujando a un lado a Nicasio y sus amigos y por el otro al pobre Landriel, tan desvalido e inseguro como siempre. Martín era de séptimo grado y la altura lo había ayudado a lo largo de los años para hacerse respetar.
- ¡Vamos, no sean boludos, que se van a lastimar! - les gritó sabiendo que se les iba de las manos la riña.
Alrededor se habían apilados chicos y chicas de todos los grados. Martín no dejaba de mirar sobre su hombro, temiendo la llegada de algún mayor y que la pequeña trifulca pasara a alerta escolar con peligro de dirección para varios.
A sus oídos llegaban los pedidos de trompadas que se esparcían por el aire provenientes de voces anónimas excitadas salvajemente por la oportunidad de presenciar una golpiza.
Estaba convencido de que si no había pelea entre Nicasio y Landriel, la tendría el con alguno de los que los rodeaban, porque según su criterio, eran todos una manga de cobardes que incitaban a los demás a pegarse pero seguro si les tocara estar en esa situación ya se hubieran meado encima.
- ¡Callense ustedes, manga de bobos! - les dijo dándoles la cara con ímpetu y visiblemente enojado. No faltó alguno, que escondido detrás de otro, murmurara "callate vos pelotudo", "que te hacés el malo gil" entre otros insultos a los que no les dio importancia.
Nicasio en tanto daba un paso adelante para atacar otra vez a Landriel, pero ahora a este nadie lo sostenía por la espalda como sucedía un minuto atrás.
- Te voy a matar pendejo tramposo - amenazó Nicasio a su compañero de clase.
- Tranquilo Nicasio - intervino Martín - Acá no le pegás a nadie o te surto yo. ¿Entendido?
La mirada de Nicasio fue de desprecio, pero también cargaba miedo. Tenía dos años menos y cerca de treinta centímetros de desventaja. Bufó con bronca y entonces se quejó con Martín:
- ¿Entonces que hago eh, me quedo con los brazos cruzados? Así como lo ves este es un tramposo de mierda.
- Dale, contame que pasó y dejate de llorar, maricón.
- Es un tramposo. Estábamos jugando a las bolitas y no va que tiene un tiro de más de diez metros y me la pega de lleno... ¡vamos, hasta un pelotudo se da cuenta que hace trampa! Pero se la dejé pasar. ¡Después tira detrás mío, Miguelito y el Checho y le pega de un solo tiro a las bolitas de los tres! Pero haceme el favor Martín, ahora me vas a decir que sabe jugar el estúpido este.
El rostro de Landriel era de silencio, miraba el piso y movía los pies, como pateando un grillo que no estaba allí. No afirmaba ni desmentía las acusaciones.
- A ver, Landriel, decime ¿hiciste trampa? - Martín lo observaba con paciencia, no le caía mal el pibe, al contrario, le parecía demasiado bueno para la edad, pero no soportaba que no dijera una palabra en su propia defensa.
Landriel arrancó con timidez los ojos del suelo y miró a Martín. Paseó la mirada por los rostros enrojecidos de tanto gritar de los demás niños y apretó con fuerza dentro del bolsillo del delantal las canicas de su abuelo.
- No.
Las sílaba cayó como un trueno en la cabeza de Nicasio, que se arrojó sobre Landriel para pegarle. Martín lo detuvo a mitad de camino y lo empujó con fuerza, haciéndolo caer de espaldas al suelo.
Ninguno de los amigos hizo algo por defenderlo. Los chicos espectadores comenzaron a elevar las voces otra vez en señal de pelea. Martín se dio vuelta para decirles que se callaran, pero se volvió hacia Nicasio y le ordenó que se levantara.
- Basta, andate para tu salón Landriel, que termino de hablar con Nicasio.
Abriéndose paso casi con vergüenza entre la marea de niños, fue Landriel escapándose del lugar. Tenía ganas de llorar, pero no lo demostraba. A sus espaldas quedaron los dos que ahora confrontaban, Martín y Nicasio. No quería volver la mirada, solo deseaba alejarse del patio. No jugaría nunca más. Había querido integrarse con los demás con las canicas que su abuelo le había regalado para que jugara pero nada le había salido bien. Jamás pensó que podía jugar tan bien con esas bolitas. Es más, jamás pensó que podría llegar a jugar. Ni siquiera sabía lanzarlas. Pero no necesitaba apuntar con ellas, iban donde el deseaba. Estaba tan arrepentido...
Escuchaba aún el griterío proveniente del rincón del patio. Subió las escalinatas que lo llevaban al edificio y casi tropieza con una de las maestras, que salía presurosa por la puerta, seguramente alertada de lo que sucedía, y que a punto estuvo de arrojarlo al piso.
Entonces fue que vio como a lo lejos Nicasio blandía una pequeña navaja por el aire en dirección del rostro de Martín. Se le erizó la piel ante tan cruel desenlace. Sin titubear sacó su mano del bolsillo y como por arte de magia deseó golpear la navaja con la canica naranja que bailoteaba ahora entre sus dedos.
Como un rayo la pequeña esfera de vidrio velozmente se lanzó por encima de todos y sin que nadie pudiera verla, se estrelló contra la cuchilla de la navaja, quitándola de la mano de Nicasio y haciéndola girar por los aires, en un vuelo lento y hasta gracioso, ajeno al dramatismo reinante.
La maestra llegó a tiempo para tomar del brazo a Nicasio y apartarlo de un tirón. Martín volvió a abrir los ojos y a lo lejos contempló la figura desvalida e insegura del pobre Landriel. Sosteniendo el aliento, la marea de niños también dio la vuelta.
El pequeño Landriel estaba parado en la escalinata, con la misma expresión de siempre. Sonrió apenas antes de perderse por la puerta de la escuela.
Martín devolvió la sonrisa sin que nadie lo viera mientras la maestra arreaba a todos adentro y el se tomaba cinco segundos para recoger del piso la bolita naranja que tras contemplarla sin poder aún creerlo, guardó en su bolsillo.
A lo lejos vio la navaja, caída entre unos arbustos. La buscó y enterró debajo de los arbustos. Landriel le había salvado la vida o al menos un ojo. Era hora de preguntarse que podía hacer él ahora por Landriel. Quizá, incluso, por todos los Landrieles del mundo.
- ¡Todavía afuera vos Martín! Dale, entrá o te llevo a dirección.
La voz punzante de su maestra desde la puerta lo obligó a correr. El tintineo de la bolita en su bolsillo era una dulce melodía para sus oídos. Por eso no le importó que lo tomaran de un brazo y prácticamente lo arrastraran hasta el salón.

9 comentarios:

SIL dijo...

Es terrible el viso de realidad que adquiere este cuento porque describe exactamente lo que pasa en cada recreo...de cada jornada, en los patios de muchas escuelas (trampa, bolitas, burlas, violencia y navaja incluída)

Pero lo que más me impacta es la figura del héroe anónimo, ése aparentemente débil, que con su coraje y un toque de magia
/convengamos que la bolita impactando en la navaja necesita un touch de efecto especial a lo Matrix... ;) /
logra cambiar el curso de lo que puede terminar seguramente en tragedia.

Maravilloso todo:
El cuento.
La descripción del salvajismo que viven nuestros hijos día a día.
La metáfora.
El mensaje.
La dulzura del giro del final.

Abrazo inmenso Netuzz.

SIL

Netomancia dijo...

Doña Sil, si, lo de la bolita lleva el efecto Matrix jaja es cierto. Si, más allá del escenario, que es ese recreo a veces odiado por algunos y amados por otros, donde las realidades de los niños coinciden, la idea era rescatar algo mágico, ese insignificante regalo que tan valiso sin embargo era. Saludos!

SIL dijo...

//// Había querido integrarse con los demás con las canicas que su abuelo le había regalado para que jugara pero nada le había salido bien...////

AHHHH!!!!

No lo enganché Neto.
No caché de una (los horarios no me favorecen ), la idea que tenías de resaltar que un regalo aparentemente sin valor podía llegar a cobrar visos heroicos...
Se me escapó la tortuga, que vacerleeeeee .

:)

Bye

Anónimo dijo...

jaja Neto, esas pequeñas victorias en los recreos son únicas y retrataste todo el entorno con una perfección digna de tu estilo!
buenisimo!!!
Abrazos!

Con tinta violeta dijo...

Encantadora historia de juegos infantiles...yo de niña también jugaba a las canicas...y me ha traído buenos recuerdos.
Lo mas llamativo la tensión en el enfrentamiento. Buenísimo el desenlace.
Besos,
Paloma

Netomancia dijo...

Dieguito, yo prefería jugar a las figuritas, pero de vez en cuando me animaba con las bolitas. En la Normal teníamos un lindo lugar para jugar. Nunca hubo demasiadas discusiones en realidad, pero bueno, la imaginación vuela jaja. Un abrazo!

Doña Tinta, qué bueno es saber que hay cosas que son universales, como las canicas (o como se dicen acá, las bolitas). Los recuerdos de esos tiempos que arrodillados caminábamos la tierra en pos de esas pequeñas bolitas de vidrio viven siempre en la gloria.
Saludos!

Felipe R. Avila dijo...

El cuento, fantástico como siempre,Neto.
Lo que no puedo asegurar es que los chicos de los colegios lleven navajas...¿qué escuelas dejan entrar a chicos con ellas?
En Bs.As. no me enteré de ningún caso ni por TV ni radio ni en donde van o fueron mis hijos...
pero entiendo que es el toque dramático necesario.
Se de barrios mas necesitados claro, con pibes con muchas carencias. Pero hasta dodne conozco ningún colegio permite entrar armado...
Lo digo porque hay gente de otros países que lee estos comentarios y deben creer que los pibes de las escuelas argentinas están todo el tiempo en guerra, armados y belicosos...¡Vamos!
La educación está mal, los maestros no son los de antes pero...dentro de las escuelas esto es muy raro que pase.
Diría que si pasa es lo raro y no lo ordinario.

Netomancia dijo...

Discrepo dirías vos! Jaja.
Felipe, en este caso no digo que todos lleven, pero que llevan cosas y no son revisados, eso seguro. Te lo digo por experiencia, por tener contacto muy cercano con personal escolar, de habersele encontrado a chicos balas, navajas, cuchillitas...
Y no te hablo solo del campo de la educación pública, también en privadas. Claro que no es una constante, pero si una realidad, decir que no sucede no es lo correcto, al menos en lo que respecta al interior del país.
Un abrazo!

el oso dijo...

Pensé que había dejado un comentario acá. Se ve que no lo hice, aunque había leído el cuento cuando salió.
El cuento está buenísimo. La descripción del recreo, la vida escolar. Hasta me hace pensar que alguna vez fue a la escuela, Neto.
Brillante la trama y el desenlace. Para leer en el aula, mire.

Con respecto al comentario de Felipe, debo decir que en mis pocos años de laburar en la escuela he visto navajas, balas, tramontinas, cuchillas de carnicero, fierros afilados, etc.
Aclaro que no sólo en escuelas marginales, sino en aquellas donde van chicos de todos los niveles sociales.
Es mucho, pero mucho menos raro que antes.
Abrazos