miércoles, 11 de agosto de 2010

Cenizas

El crepitar de las últimas brasas anunciaba que la ceremonia estaba llegando a su fin. Las últimas oraciones de la tribu se elevaron entre las ramas de los árboles que guarecían el lugar y se perdieron como un eco inaudible, empujadas por la brisa.
Se puso de pie el anciano y los más jóvenes lo imitaron. Habló en un dialecto que ninguno de los presentes entendía y alzó las manos al cielo. Luego tomó la vasija que descansaba cerca del fuego y levantándola con ambas manos, la mostró a los rostros asustados que lo rodeaban, ahora en sumo silencio.
Depositó luego la vasija otra vez en el suelo. Volvió a decir unas plegarias en aquel dialecto desconocido y luego, se agachó sobre las brasas y sin quejarse, tomó varias con las manos y se las pasó por el cuerpo. El sonido de la piel quemándose motivó que varios integrantes de la tributo voltearan la cabeza, para evitar la escena. Sin embargo el anciano no se inmutó.
Las manos despedían humo y olor a quemado. Su cuerpo comenzó a arder, primero en pequeñas chispas que explotaban alrededor y luego con llamas grandes y coloridas. El anciano no demostró dolor en ningún momento. En cambio, caminó hacia la vasija e introdujo una pierna dentro.
Luego metió la otra y aunque no pareciera cierto, sus extremidades inferiores estaban dentro de la vasija de barro. Luego sujetó los bordes de la misma y con el fuego consumiéndolo, fue dejándose caer dentro, desapareciendo de a poco de la vista de los demás.
Finalmente su cabeza también se ocultó dentro de la vasija y solo quedó una traza de humo, perdiéndose en el aire, recuerdo efímero de un adiós. El anciano era ahora cenizas dentro de un cuenco.
El funeral había llegado a su fin. Dos hombres de la tribu se hicieron con la vasija y se dirigieron al río. El resto caminó muy despacio y en silencio, sin derramar lágrima alguna, hacia el otro lado del bosque, donde las chozas aguardaban en silencio.
Un ciclo había terminado. No había lugar para el dolor. Se trataba de la vida. Y la muerte era solo un punto final.

8 comentarios:

gustavo dijo...

Es un ciclo permanente y necesario. Muy buen relato. Abrazo

SIL dijo...

Inapelable, Netito.


Más que excelente la forma en que está planteado.

Abrazo gigante

SIL

Anónimo dijo...

la forma en la que vas llevando el relato es perfecta, parte a parte nos vamos desgranando entre las imñagenes, las letras y la única verdad que sabemos: todo tiene su fin. De la muerte no escapa nadie.
Creo que muchos de los problemas que nos rodean son a causa de no valorar lo importante, lo grandiosamente maravilloso y único que implica el origen de la vida.
Quizás si todos comprendiéramos el funcionamiento del ciclo dejaríamos de lado tantos abusos, derroches y falacias de la vida "moderna".
Bueno, creo que me voy de tema jaja, pero eso es lo que producen tus tectos Netito, pasión con lo que uno lee y piensa luego jeje!
Salute!

Con tinta violeta dijo...

Una imagen magistral para describir la vida que se consume hasta reducir la existencia a cenizas.
Una reflexión bien planteada...
Después de entender esto, quizás recordemos que hay que centrarse en el "ser" y no en "poseer".
Abrazos!!!

Netomancia dijo...

Gustavo, bien lo dice usted, permanente y necesario. Gracias!

Doña Sil, más que muchas gracias entonces! Saludos!!!

Dieguito, es decir, los cuentos te dan cuerda jajaja. Bienvenido sea entonces, es bueno poder apreciar el pensamiento de otra persona y si uno motiva dichas reflexiones, mucho mejor. Un abrazo!

Doña Tinta, está bien lo que dice, pero sabe lo difícil que es? Ja. Saludos y gracias!!!

el oso dijo...

No está demostrado que seamos capaces de entender estas cosas. Si hasta nos parece imposible que posturas como estas no aparezcan sólo literariamente. Pero que las hay, las hay...
Impresionantemente brillante, Neto.
Abrazo

Netomancia dijo...

Don Oso, como las brujas, que las hay con seguridad! Gracias por los conceptos! Y a ver si ese trabajo le deja un poco de libertad, y después Felipe dice estar esclavizado ja. Abrazo.

SIL dijo...

Che, este texto mereceria que Felipe lo dibujara...