martes, 15 de noviembre de 2011

El desafío de Pablito

- No sé... es que me parece mal.
La voz de Pablito quería sonar firme, pero vacilaba al mismo tiempo que se volvía aguda.
- Dale voz de pito - intervino Juancito - No seas nenita.
Pablito no le contestó, pero sintió las miradas de los otros clavados en él.
- Dale, andá - instó Juancito, acercándose cada vez más.
Se mordió sus jóvenes labios y se abrió paso entre los niños que esperaban expectantes que lo hiciera. A los seis años de edad, un desafío de tal calibre lo marcaría a fuego. Lo sabía muy bien, era algo instintivo. Caminó cruzando el patio, pisando los restos de piñata y el papel picado que minutos antes volaba por el aire.
El grupito de las niñas estaba a cierta distancia, razón por la que cada paso que lo alejaba del grupo de niños parecía condenarlo por toda la eternidad, aún antes de haber actuado. A medida que se acercaba, veía con claridad su blanco.
Paradita, sonriendo, hablando con las demás niñas, estaba María Inés. Llevaba unas trenzas hermosas y un vestidito blanco. Y delante de sus pupilas verdes, los anteojos que ahora eran el karma que Pablito llevaba sobre sus espaldas. Esos lentes que más de una vez le habían granjeado las bromas y que ahora, eran el eje del desafío.
No, no podía hacerlo. No podía plantarse delante de todas sus amigas y decirle "cuatrojos". No, porque no estaba bien. Y no solo porque no estaba bien. A él le gustaba María Inés, la de las trenzas oscuras y ojos verdes.
Pero tampoco podía frenar su marcha, porque los chicos le dirían de todo. Con seis años, aquello parecía el fin del mundo. Y sin embargo, era tan solo el comienzo, las primeras pruebas de fuego de una larga vida.
Así que siguió caminando hasta donde estaba Maria Inés y solo estando delante de ella fue que abrió la boca. Ella se puso colorada y llevó la mirada al suelo. Las demás niñas comenzaron a reír. Pablito salió corriendo avergonzado. Los chicos, felices de la vida se despatarraban de la risa.

- Ay viejo, contando otra vez esa historia - le reprochó en broma la anciana mujer, que había alcanzado a escuchar la última parte mientras llevaba un canasto de ropa sucia al lavarrropas.
- Es que Adela la quiere escuchar otra vez vieja, no es mi culpa - dijo el hombre, guiñándole el ojo a la niña que tenía sentada sobre sus piernas.
- ¡Abuelo Pablo, no te distraigas! Dale, decime lo que en realidad le dijiste a la abuela cuanto era niñita.
Y Pablo, mirando de reojo a su querida esposa, recordó con alegría.
- Le dije lo que le digo cada día: María Inés, me gustás mucho.

7 comentarios:

SIL dijo...

Es precioso, de una ternura infinita.


Abrazo grande.


SIL

Con tinta violeta dijo...

Me gustan estos cuentos sencillos, tiernos y...reales. Porque esta gente existe: doy fe!
Besos!

Netomancia dijo...

Doña Sil, chas gracias. La última línea lo vuelve especial. Saludos!!!

Doña Tinta, yo le creo, con seguridad que los hay, sucede que con tanta gente de otra calaña dando vueltas, a veces quedan ocultos. Saludos y gracias!

Anónimo dijo...

pero que ternura y dulzura! Yo iba pensando que esto terminaba mal, sobretodo cuando vi el nombre "Pablito".... Ese nombre me recuerda a una persona muy especial que siempre anda metido en aventuras extrañas... sabés de quien hablo? XD
Muy buen relato Netito!

LNA dijo...

amo a la gente adulta demostrándose Amor.!!!

gustavo dijo...

Sencillo y emotivo. Me gustó. Abrazo

Netomancia dijo...

Dieguito, estás mal acostumbrado... y con razón jaja! Un abrazo!

Nyah, con saber que aún queda "gente demostrándose amor" damos un gran paso como humanidad. Gracias!

Gustavo, muchas gracias, como en casa ocasión!