No se trata del simple hecho de encender la luz. No, va mucho más allá. No es solamente el acto de estirar el brazo a la deriva, hasta que los dedos tantean el interruptor sumido en la oscuridad para luego accionar la perilla y bañar la habitación de esa luminosidad que nos devuelve el aliento. No, va mucho más allá. Es todo lo que no se vislumbra de esa acción, aquello que nos motiva a escapar de las penumbras. Es el miedo oculto en nuestro interior, los terrores primarios que escondemos bajo capas y capas de recuerdos y pensamientos. Es la sensación de haber sido rozados en la noche por una mano espeluznante, de haber escuchado el susurro pronunciando nuestro nombre desde la ventana, de estar seguro de los pasos en el pasillo, de ese movimiento casi imperceptible bajo la cama. No es encender la luz. Va mucho más allá. Es volver a sepultar en la oscuridad lo que no queremos ver, sentir ni escuchar. Y paradójicamente, la oscuridad la hacemos con la luz.
Carlitos
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Con once años son otros los horrores, efectivamente.
Jugar a las escondidas se podría considerar casi normal una tarde de
primavera; jugar en grupo, en la...
Hace 4 semanas
4 comentarios:
A veces no encuentro el interruptor.
:)
Es excelente el texto :)
Abrazo -grande-
SIL
Bien pensado...sobre todo la conclusión...es otra forma de verlo...
Aunque quizás deberíamos invitar a los fantasmas a la fiesta...ja!
Me gustó el relato!
çBesos!Q
Doña Sil, lo peligroso en esos casos es lo que en definitiva se manotea. Gracias! Saludos!
Doña Tinta, está segura? Ja. Gracias! Saludos!
Bueno, pero siempre es mejor manotear algo que nada :DDDDDD
Perdón.
Estoy aburrida.
:D
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