Llegué a la cima de la montaña extenuado. Mis dos compañeros parecían en mejor forma. Podía observarse el infinito desde aquella altura. El mundo parecía imponente y nosotros, los reyes de todo. Pero cierta sensación se apoderó de mi. Un dolor emocional. Una marea interna que me azotaba con violencia. Porque después de tocar el cielo con las manos, habría que bajar, que volver a la planicie. Y estando tan alto, descender era retroceder, era un regreso no deseado. Les dije a mis compañeros que no volvería con ellos y creyeron que el ascenso me había afectado. De alguna manera se las ingeniaron para sedarme y cuando desperté, me estaban bajando. Sentí que regresaba a ninguna parte y me dejé arrastrar. Ahora nuevamente veo al mundo como siempre, ya no observo el horizonte interminable. No me creo fuerte ante la vida, no me considero valiente ante el porvenir. Sin embargo, vivo. Y sigo. Esperando alguna otra vez, volver a escalar.
Carlitos
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Con once años son otros los horrores, efectivamente.
Jugar a las escondidas se podría considerar casi normal una tarde de
primavera; jugar en grupo, en la...
Hace 4 semanas
4 comentarios:
Hay lugares de los que no se vuelve...
Beso
SIL
El vértigo del infinito. Una vez se siente...resulta extraño volver a la realidad.
Besos!
desandar el camino no siempre significa retroceder personalmente...
asi son los vicios ¿o no has tenido otros?
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