La contratación de Fernando Racegue fue la gran noticia del día en el mundillo deportivo. El nuevo entrenador del club de fútbol más popular de la ciudad fue recibido con mucho escepticismo por todos. No solo por los socios e hinchas del equipo, sino por los de parcialidades rivales y los especialistas de los medios de prensa.
En televisión, el comentarista Luis Pablo Piono, fue terminante: "Una decisión equivocada". Algunos colegas utilizaron palabras similares, otros tildaron de error lo hecho por la comisión directiva. Incluso, algunos futbolistas de la institución, al ser entrevistados, dieron muestras de no comprender la llegada de Racegue.
García, el capitán, confesó que primero pensó que se trataba de una broma. ¡Racegue es ciego! dijo al borde del fastidio.
Y es que realmente lo era. Era de la ciudad y había jugado al fútbol en el equipo de ciegos de la provincia. La gente le tenía aprecio, pero de ahí a ser el técnico la brecha era enorme. Algunos simpatizantes se preguntaban ante las cámaras, desesperados: ¿Cómo hará para analizar al equipo? ¿Cómo verá lo que está mal?
Se sospechaba entonces que seguramente sus ayudantes de campo serían personas de confianza del club. Pero se supo antes de hacerse la presentación oficial, que lo secundarían dos futbolistas amigos no videntes de la selección provincial.
¡Revuelo!¡Miedo!¡Incertidumbre! Del otro lado, de parte de los hinchas rivales, todo lo contrario. De la incredulidad pasaron a la sorna, al humor pícaro y oportunista.
Racegue llegó a la sala de prensa a las cinco de la tarde. Solo lo acompañaba el presidente del club. Hubo bullicio a lo largo de cinco minutos. Todos hablaban al mismo tiempo, sin poder diferenciarse una pregunta de la otra. Finalmente, a fuerza de un "shhhhh" constante desde diversos lugares, los atolondrados periodistas guardaron el orden.
- ¡De a uno, por favor! - pidió Rey Mandaquio, el presidente.
La primera pregunta se caía de madura. Era la que todos tenían en la punta de la lengua. Y tuvo el privilegio el cronista del Diario La Primera, que al límite de la burla, cuestionó el obstáculo físico que padecía el nuevo entrenador y las dificultades que conllevaría para poder ordenar al equipo en la cancha.
Racegue sonrió y a pesar de no ver, dirigió su rostro hacia donde estaba el periodista.
- Entiendo su preocupación - comenzó diciendo - pero afortunadamente en el plantel tenemos jugadores todos videntes, de momento - se escucharon algunas risas - Si en la semana entrenan bien, con dedicación, no van a tener problemas cuando les toque jugar. Y si están jugando mal, me voy a enterar. Para eso tengo oídos, gracias a Dios. Voy a escuchar el murmullo de la tribuna, los gritos exacerbados cuando se esté jugando mal, incluso, los mismos reproches que surjan dentro de la cancha, entre los jugadores. Y cuando los escuche, actuaré en consecuencia. Me puedo dar incluso el lujo de llevarme una radio portátil y escuchar alguna emisora, para saber que pasa en el campo de juego. El fútbol no tiene muchos secretos. En la cancha la historia la hacen los jugadores.
Los periodistas se pelearon por hacer la siguiente pregunta, hablando al mismo tiempo e incluso, luchando por tomar el único micrófono en la sala. Finalmente alguien la formuló.
- ¿No cree que es imprudente que un no vidente se haga cargo de un equipo? Es decir, no puede ver a los rivales, estudiar la forma de juego...
- Discúlpeme - contestó- pero el hecho de ver no es garantía de buenos resultados. ¿Acaso los demás entrenadores logran que sus equipos ganen siempre? No, porque eso es imposible. ¿Y si mejor esperamos los resultados y luego juzgamos?
Una nueva ola de preguntas se agitó en la sala. Pero a Racegue no lo incomodaba. Se había percatado que en realidad no eran preguntas, eran formas de desestabilizar su llegada, dudar de su capacidad. Los que preguntaban se creían dueño de la verdad. Pero el futuro no estaba escrito. Ni siquiera lo estuvo para él, que de chico soñaba con jugar al fútbol y debido a su no videncia, pensó que jamás lo haría. Nunca había visto un partido y tampoco lo había necesitado. Porque cuando alguien ama algo, no necesita verlo. Uno necesita sentirlo.
Era la noticia del día, y quizá de los próximos días, hasta que algún otro hecho lograra acapar la atención.
Sin abandonar la sonrisa en el rostro, siguió contestando.
Carlitos
-
Con once años son otros los horrores, efectivamente.
Jugar a las escondidas se podría considerar casi normal una tarde de
primavera; jugar en grupo, en la...
Hace 4 semanas
2 comentarios:
Netito, me encantó jaja.
M-e
e-n-c-a-n-tó-
¨Porque cuando alguien ama algo, no necesita verlo.
Uno necesita sentirlo.¨
Homero era ciego... y Borges... :)
Abrazo
SIL
Evidentemente veía mejor que muchos de nosotros.
Buenísimo, Neto.
Abrazo
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