jueves, 17 de enero de 2013

Derrotero de una mariposa

La mariposa vuela en forma errática, escapando del niño que la persigue con un palo en cuyo extremo superior hace gala de una red lo suficiente grande como para atrapar a un pájaro.
Se mezcla entre las hojas de un árbol, pero el cazador la distingue y vuelve a la carga. No le queda otra salida que volar hacia la casa. Por cada despliegue de sus alas, puede ver las paredes más cercas, ya casi encima de su fisonomía. Los ladrillos se aproximan, como así las tejas, las ventanas...
Al cruzar delante del vidrio, observa su reflejo, pero es difícil precisar si comprende que es su propia figura la que allí se posa, suspendida en el aire. Aunque es fácil confirmar que se ha olvidado de la persecusión y del peligro que está corriendo.
Es entonces que la red se hincha en el aire y cae con fuerza, arrastrando a la mariposa en su vientre. El niño chilla de alegría, porque ha logrado su cometido. Acerca su rostro, colorado por el esfuerzo, a la red y posa los ojos en ese pequeño ser que bate sus alas de manera desesperada.
La mariposa ahora tiene miedo. Puede ver al cazador que la ha atrapado, que acerca su rostro para intimidarla. Y en sus ojos oscuros, otra vez el reflejo. Es el mismo ser alado de hace unos instantes, pero ahora se muestra inquieto y asustado.
La mano del niño se agiganta y la visión se esfuma. Su cuerpo se comprime y queda a oscuras. Así transcurre una eternidad, hasta sentir que finalmente la presión remite y sus alas otra vez son libres. Pero cuando intenta alejarse, se golpea contra una superficie que pareciera no estar y observa, en lo alto, un círculo oscuro, como de metal.
Sin embargo no es hasta que se calma y deja de batir sus alas en vano, que observa a su alrededor, distinguiendo en aquel lugar decenas de seres como los que vio en la ventana y en los ojos del niño, ya cansados de luchar por su libertad, resignados y abatidos, dentro de frascos de vidrio, esperando su suerte, que no es otra que el paso del tiempo, de las horas, los segundos, la misma muerte.
 

1 comentario:

el oso dijo...

Buenísimo, Neto. Me lleva a mi infancia donde más de una vez me dediqué a esos enseres.
Abrazo!