lunes, 19 de enero de 2015

Aquel baldío donde fui feliz

La última vez que había jugado a la pelota en ese baldío tenía unos quince años. Más de cuatro décadas habían transcurrido desde entonces. Su cuerpo no era el mismo, ni las ganas. Pero aquel lugar seguía manteniendo el mismo encanto a pesar de algunos cambios.
Ya no estaba el paraíso en la punta opuesta, donde luego de los picados se tiraban a descansar un rato. Tampoco veía el tapial de los Gómez, donde muchas veces la redonda se escabullía por culpa del patadura de turno. En su lugar se erigía una pared de una edificación de cuatro pisos. Pero el verde desgastado, con matas altas y manchas de tierra, seguía allí.
Si hasta el daban ganas de ir hasta donde vivían sus amigos y tocar a la puerta, buscar una número cinco y salir a correr detrás de ella. Observó que cruzando la calle ya no estaba la casa celeste del Pato. Una panadería ocupaba el sitio donde comenzaba la magia, juntándose un rato antes para armar los equipos.
Supuso que así sería con cada lugar de su infancia. Ya no existiría o habría sido usurpado por el tiempo y el progreso. Pero el campito se jactaba sin decirlo de su perseverancia. Allí estaba, silencioso, invitando al juego. Pero ya nadie lo transitaba como antaño. No había gritos pidiendo el pase, ni gargantas explotando de alegría ante un gol.
En una de las esquinas un cartel vaticinaba el inminente adiós. Un "se vende" en mayúsculas rotulaba la chapa. Sin embargo le habían dicho que hacía años que estaba y aún no se había vendido.
Por eso estaba allí. No había recorrido los casi setecientos kilómetros en vano. Venía de la inmobiliaria, donde había concretado la compra de ese terreno. Con gusto tiró abajo el cartel. Ahora si respiraba tranquilo.
Un vecino le preguntó más tarde, al verlo todavía parado allí, si construiría algo en el baldío.
- Lo estoy haciendo en estos momentos - respondió el hombre - Construyo mi presente, donde alguna vez fui feliz.
Nada como ser dueño del pasado. Nada como preservarlo para no verlo morir.

1 comentario:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Muy interesante, esa actitud de preservar su pasado. Una actitud activa.