domingo, 30 de marzo de 2008

Ellas primero...

Cuando sonó el teléfono, Carlos ya sabía lo que iba responder. Esa noche no habría nada de debates, nada de cervezas entre los amigos en la barra del bar de la calle San Luis. Nada de nada, al fin de cuentas si Gardel era argentino o uruguayo; o si la “palomita” de Pedro Poy era mejor que el gol del Diego a los ingleses, no se iba a resolver por su afirmación o su negativa luego de la quinta ronda de bebidas espirituosas.
Los planes eran otros. Tras la cortina de humedad que presentaba la noche veraniega alguien esperaba su asistencia; una princesa necesitaba ser rescatada del tedio de las horas y el zapping frente al televisor.
Se presentó a la hora exacta, ni un minuto de más (le encantaba demostrar que él no era como los demás) y se preparó para tener entre sus manos la certeza de que esta vez había dado en la tecla.
Por supuesto que los muchachos no debían saber nada de estos encuentros románticos del mes de Enero; no lo perdonarían jamás. Se inventó una visita inesperada de unos primos lejanos del abuelo que venían de Mendoza y como había una buena cosecha de vinos de por medio no podía perderse la reunión.
Cuando ella abrió la puerta Carlitos pudo ver que el agua para el mate estaba a punto y que el paquete de Derbys suaves lo esperaba sobre la mesa. Una vez dentro se quitó las zapatillas y dejo reposar sus pies en el frío piso de mármol de la cocina.
- Veo que necesitas tener los pies sobre la tierra de vez en cuando – le dijo ella sonriendo, mientras apagaba la televisión y buscaba el disco de Artaud para comenzar la velada.
- Muy bien dicho, de vez en cuando – contestó Carlos mientras rebuscaba en sus bolsillos la maldita caja de los Fragata que siempre que la necesitaba desaparecían del alcance de su mano.
- Quizás dentro de cada bolsillo se esconde otro bolsillo que pertenece al pantalón del Absoluto y por eso nunca pesco nada a la hora de revolver, ¿no te parece?
- Me parece que el agua se está hirviendo, y eso para mí es el Absoluto - le dijo Sofía tímidamente.
La noche reposaba tranquila sobre los techos del barrio, mientras dentro de aquella cocina las fábulas estoicas de Carlitos tapizaban las paredes de un valor mitológico, de otro tiempo en el que los hombres ganaban el respeto de sus amadas golpeando dragones y esclavizando minotauros.
Aunque Sofía tenía muy claro que aquellas palabras solo eran excusas para llegar a un único cometido, dejaba que las historias se repitieran y se perdieran en el unísono de la casa. En cuestión de minutos, el mate se había lavado y el sabor a cigarrillos en la boca perfumaba el ambiente con una fragancia nocturna y precisa.
El disco había dado varias vueltas en el equipo y entonces optaron por la vieja estación de radio del pueblo para escuchar las ofertas del mercado de Doña Pola y sus irresistibles delicias reposteras.
Cuando Carlos le tomó la mano y la arrastró al zaguán de la casa, los gatos del patio dejaron de maullar para permitir que el silencio coronara la ronda de besos que se aproximaban. Un respiro tras las mejillas de Sofía dió el primer paso y luego sus labios se enredaron en una batalla de reconocimiento de terreno, avance y retroceso.
- ¿no tenés nada para decirme? – pregunto la damisela enamorada
- ¿Qué te puedo decir bicho mío? – respondió Carlos con tono de guerrero ateniense
- No sé, lo que se te ocurra, algo en fin… – dijo ella
Carlos suspiró y luego de ver como un gato jugaba a pescar la estela de una estrella respondió:
- Ay!!!! Sofía, ¿Qué haría yo sin vos?
- Pues nada, buscarte otra – le dijo sonriente Sofía mientras se acomodaba la blusa.
En ese momento nuestro héroe recordó la frase de los muchachos del bar: “ellas primero… siempre van primero a la hora de elegir la ropa, a la hora de decir la verdad, a la hora de madurar. Ellas primero…”
Cuando el sol amenazaba con asomar, Carlos se despidió consciente que irse es saber que nunca se va a volver.

2 comentarios:

Netomancia dijo...

Brillante Diego! El cuento te envuelve en una atmósfera propia, te traslada a ese entonces y te atrapa en oraciones tejidas artesanalmente, como una obra de arte.
Una sola cosa, no hagas la de Carlitos en la última línea! Al menos, volvé de vez en cuando para que el mate se nos vuelva a lavar.

el oso dijo...

Apuesto la mitad de mi dentadura a que todos, en algún aspecto, somos el Carlitos que nos pinceló Diego.
La otra mitad, a que todas son Sofía.
Nunca pescamos nada, a no ser que el Absoluto, por una vez, juegue para nosotros.
¡Buenísimo!