Cambiar por cambiar -pensaba Jairo mientras caminaba hacia su trabajo- no tiene sentido. Todo cambio trae consigo la humillación de lo que fue, la pérdida de lo conseguido y la aventura de lo posible.
Y estaba claro. Una posición acomodada, éxito profesional, juventud. Buen aspecto, traje impecable, cabello cuidado. Llamaba la atención de las muchachas y él lo sabía. Y no renegaba de ello.
Pero cambiar, esa palabra más gastada que suela de cartero -según su abuelo- le atravesaba la garganta desde unos días atrás. Cambiar, la pucha...
Entonces recurrió a las herramientas que lo impulsaron a su nivel profesional. Esas herramientas impecables que aseguraban el éxito a quien las utilizaba a conciencia. El análisis costo-beneficio, teoría de la decisión, análisis foda y toda clase de artilugios garantes de la seguridad de logros. Las cuadras que separaban su departamento de la oficina, que recorría puntualmente día a día, eran su espacio de reflexión cotidiano. Hasta que ocurrió aquello. Eso que sintió como un alambre en las ruedas de la bicicleta de su infancia. Ya no avanzaba firme y seguro por la vida, se le dificultaba y le llenaba la cabeza de ruidos.
Si el cálculo preciso y la vigorosa percepción de las expectativas de los demás le aseguraron la certeza en sus negocios, cómo no iba resultar en este caso.
Esquivó al cartero, que andaba acelerado. Apeló a la evaluación costo-beneficio. Rápidamente, así como cuando analizaba un presupuesto, Jairo calculó, imaginó gráficos y tendencias. No. No había forma de que los costos sean superados por los beneficios en esa ecuación vital. ¿Para qué cambiar..?
Saludó a la viejita que regaba las macetas sin flores de un balcón bajo a la calle. Apeló a la teoría de la decisión. Propuso los inconmensurables. Calibró incertidumbres. Eligió cuidadosamente parámetros, visualizó tablas. Leyó mentalmente porcentajes. No. La teoría recomendaba no cambiar.
Le hizo señas de hoy no al cafetero que se le acercaba. Apeló al análisis foda. Fortalezas, oportunidades, debilidades, amenazas. Lo estudió todo con esa hábil intuición para los negocios que había aprendido a desarrollar. Conocía muy bien sus fortalezas y debilidades, las repasó sin sorpresas. Vio claramente que las amenazas que traería consigo ese requerimiento de cambio que lo carcomía por dentro sepultaban a las oportunidades que traería e movimiento. No. No daba.
Pasó al lado de Emilia, la muchachita formoseña que baldeaba la vereda del caserón contiguo a la oficina. Cambiar. Para qué. ¿Para qué? ¡¿Para qué?!
Apoyó la mano derecha en el picaporte. El frío del metal le sacudió el sistema nervioso como una electrocución. Cambiar por cambiar no tiene sentido.
Volvió sobre sus pasos. Miró a Emilia a los ojos mientras le sacaba el secador de la mano. La tomó delicadamente de la cintura y le dijo: -Estoy enamorado de vos. Por lo que más quieras, venite a vivir conmigo.
No se dio cuenta de que el maletín se estaba mojando en la vereda.
Carlitos
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Con once años son otros los horrores, efectivamente.
Jugar a las escondidas se podría considerar casi normal una tarde de
primavera; jugar en grupo, en la...
Hace 4 semanas
10 comentarios:
Comentario más que extenso, vertido ya en : SUS APUNTES.
Más besos.
SIL
Reitero aquí mis felicitaciones.
Hasta el sesudo análisis Dafo, muy útil para otros aspectos...tiene que dar paso en una decisión como esta al espíritu libre del hombre...que sabe reconocer cuando aparece un "tesoro" en su vida, que no tiene nada que ver con los valores materiales...
Abrazos!!!
Cuanto cuesta lograr la libertad, cuando se utilizan tantos cálculos y uno se apega tanto a la seguridad. Abrazo. Me gusto mucho
No hay felicidad en los cálculos y tampoco perfección, tampoco hay esto último en la vida, pero al menos, al sentir que transitamos por senda del amor, podemos apreciar la felicidad.
Este relato es un reflejo de lo equivocados que estamos en apostarle toda nuestra fuerza a algo tan vacío y material como un trabajo o al anhelo de tener siempre algo más.
Un gran abrazo Oso!
Oso querido: le dejé en su blog mi comentario y en su posteo anterior, sobre la amistad, le dejé mi defensa ante la calumnia de "Netoinfamia" sobre los cafeces que invito...snifffff
que buen texto Oso! que es cambiar al fin? que es el éxito? historias efímeras de estas realidades corruptas y manipuladas en las que vivimos... todo material, vacío y sin sentido... no creo en este "progreso" que nos ofrecen, y como bien dice tu relato apostar por este tipo de caminos mientras los maletines se ahogan bajo la lluvia creo que es lo mejor que podemos hacer.
Que bueno volver a leerte che!
un abrazo!
SIL:
Comentario a su comentario menos que extenso vertido en mis apuntes. (Hoy estoy hecho una lú)
DOÑA TINTA:
Es la diferencia a la que ud. tuvo la deferencia de hacer referencia.
GUSTAVO:
La seguridad alcanza para eso. Si uno quiere ser feliz, el precio es otro.
NETO:
Coincido. Cuántas veces lo olvidamos, porque también me parece que a unos cuántos les conviene ese olvido.
FELIPE:
A mi las netoinfamias me han llevado al tribunal de Álvarez (ahora se hace llamar Rumi, como si el cambio de nombre borrara sus pecados) quien me condenó a perpetua cuando aún ud no aparecía por la escena. Así son los amigos que cosecha ud en este espacio...
DIEGUITO:
Por ahí aparecemos cuando se puede. A vces hay que dejar que se ahoguen los maletines.
Abrazos varios, gente linda...
Ah, vi el dibujo en su blog...genial, me encantó como dibujó al demandante /netoinfamia, con los bracitos en alto,jubiloso...
Pero por buena conducta no tuvo que ir a la cárcel, en su lugar tuvo que tocar la guitarra y cantar unos temas a modo de condena.
Condena... para los oyentes, tal fue mi vendetta.
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