Cierta música se colaba entre sus pensamientos. Levantó la vista, atento a la habitación. Nadie. La soledad, pero disfrazada de lo cotidiano. Por más que trató de volver a lo suyo, allí estaba esa música. No podía concentrarse. Dejó entonces la hoja de afeitar con la que ensayaba el corte en su muñeca y se dirigió a la ventana. Ahí observó a la responsable. Vieja calesita de antaño, abandonada, triste, solitaria. Cantando melodías como un fantasma, tratando de atraerlo lo antes posible para cabalgar sus derruidos ponys.
Lectura recomendada: Hay que llegar a las casas, de Ezequiel Pérez
-
Hay que llegar a las casas, de Ezequiel Pérez
Llegué a este libro por haber leído tantos buenos comentarios en lugares
diferentes. Había, además, algo ...
Hace 4 semanas
2 comentarios:
La melancolía le salvo la vida.
Curioso pero verosimil.
La musica de sus pensamientos fue la salvadora de su suicidio, buen texto, saludos desde El Blog de Boris Estebitan.
Publicar un comentario