La Vieja Época comenzó extrañándose entre tanto cambio.
El control de su rumbo había perecido sin darse cuenta
entre saltos y desencuentros con el bienestar.
La carrera tornó la velocidad de un rayo sustancial
entre episodios desamparados y
nuevas expectativas delante de cada paso.
Multitudes insolentes de cortas esperas
atraparon el eje conductor por el riel de lo factible.
Confundió su pasado con su esencia,
olvidó su raíz del otro lado del perfume.
La Vieja Época se reconoció cuando sólo se recordaba
entre melancolías de reuniones solitarias.
Las riendas estaban ya demasiado lejos para alcanzarlas,
pero no quería comenzar de cero
una historia que no disponía de principio
más que su propia razón.
Y esa fue la palabra que necesitaba
para restaurarse, “la razón”.
Entendió por fin que nunca fue pasado
su necesidad de pertenecerse y que el tiempo
había sido viento conjugándola.
La Vieja Época ahora es
viajando en el transcurso,
aportando expectativas desde sus ramas,
como yemas de fresno,
para ampliar su curvada extensión,
sus años de vida.
3 comentarios:
La Vieja Epoca como impulso y no como ancla. Palabras que suenan y dicen bien. Muy bueno Meli!
la vieja época, como la vieja escuela...
experiencias y traspiés, es parte del juego y se hace tan emocionante...
La Vieja Época que dejó surcos en nuestra piel y nuestro corazón, hoy los alimenta de semillas fecundas que darán nuevos abrigos y nuevos desamparos...
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