lunes, 6 de julio de 2009

El verdulero de la cortada

Atardecer fresco, con una leve brisa pateando las hojas secas. Los últimos cajones de tomates que estaban en la calle ya estaban siendo llevados por Don Jaime hasta el interior de la verdulería. Se anunciaba tormenta, así que había que actuar en consecuencia. Era lo último que entraba. Ya había acarreado con los zapallos, las naranjas, brocolis y papas.
La calle, en realidad la cortada, era una fiel postal de una tarde gris. El barrio descansaba en sus hogares. Los que habían salido a hacer mandados, lo habían hecho temprano. Fue una tarde con ventas aceptables. Sin embargo no tendría que reponer mucho por la mañana. Se acordaba del pedido de doña Agustina, de los tomatitos cherry que hoy no le habían quedado.
Apoyó el último cajón sobre el que había entrado anteriormente. Se sacó un pañuelo del bolsillo trasero y se lo pasó por la frente. Ya no era un pibe. Se cansaba más rápido. Se daba cuenta cuando lo visitaban los nietos. Una hora con esos críos y creía necesitar un tubo de oxígeno. Los nietos, que alegría le daba pensar en ellos. El sábado lo visitarían. Se sentía bien cuando su hijo los traía. Desde que ya no estaba Esther...
Se deshizo del pensamiento. Tomó la escoba y barrió donde había hecho caer tierra del cajón de papas. Si bien en media hora cerraría, la verdulería debía estar limpia por si llegaba algún cliente a última hora. Suspiró profundo mientras guardaba la escoba. Otro día que se estaba por ir. Otra jornada en la lucha diaria, en su promesa de no resignarse, de no bajar los brazos. Si la soledad no fuera tan cruel...
Escuchó la puerta a sus espaldas. Bien se dijo, un cliente lo ayudaría a no caer en las reflexiones de siempre, sobre el pasado, los recuerdos, el dolor y la búsqueda eterna de "por qué". Cuando giró vió a cinco jóvenes. El que estaba delante de todo, le estaba apuntando con un revólver.
- ¡La plata viejo! ¡La plata o te hago boleta! ¡Mové el culo viejo, dale!
Don Jaime quedó paralizado. No era el susto lo que lo detenía, eran esos rostros que lo miraban violentamente, de rasgos juveniles y ojos huidizos y aterrados. Cinco jóvenes que no superarían los quince años, allí en su verdulería, apostando a la vida y a la muerte con fichas marcadas por el destino.
- ¡No oíste viejo de mierda! ¡Querés que te dispare, boludo!
Jaime siguió mirando sin distinguir entre la realidad y la bronca, entre moverse o hacer frente a un futuro que de todas formas no lo convencía, salvo claro...
- ¡Te la buscaste viejo de...
BANG
BANG
Jaime cayó herido en la pierna y en el pecho. Sintió que un cielo negro le caía encima. El dolor estaba, pero no dolía. Escuchó las voces de los cinco jóvenes discutir, pero no le importaban ahora las palabras. El sonido de la caja registradora, el eco de las pisadas, más insultos, un par de cajones que cayeron al suelo y las piernas escapando a toda velocidad, golpeando la puerta con fuerza al salir. Todo llegó a sus oídos como en un sueño, mientras la agonía se abría paso entre el silencio y la soledad, invitándolo con cariño a dejar atrás todo lo conocido.
En el barrio se escucharon los disparos, se oyó la estampida de piernas, pero se había anunciado una tormenta y todos aguardaban por ella en la comodidad y tranquilidad de sus hogares. Nadie salió a la calle, nadie abandonó su paz mundana.
La tarde se perdió en la noche, la primera sin Jaime en ochenta años.
La tormenta jamás se presentó.

10 comentarios:

el oso dijo...

Uff, paisaje de desolación urbana de estos tiempos. Apenas lo leí me acordé de Eleanor Rigby, ya sé que nada que ver, pero me asaltó ese mar de indiferencia en el que nadamos muchas veces intentando sobrevivir y en el que muchos se ahogan como Jaime, como los pibes.
Dolorosamente bello...

Anónimo dijo...

ufff, Neto, creo q parte de la justicia es denunciar desde estos textos la desolación humana q estamos sufriendo, creo que es un retarto exacto de estas "postales violentas" q no tocan vivir en estos tiempos; como decía la otra vez, q interesante sería q leyeran estas letras algunos de los culpables de que un "Don Jaime" hoy no esté entre nosotros.
saludos!

Anónimo dijo...

Una triste realidad...

Un abrazo, don Neto?

Tere.

Alejandro Ramírez Giraldo dijo...

Con esa última frase nos matás: "La tormenta nunca se presentó".

Este mundo inmenso y globalizado, millonario y despótico, no sabe tratar al ser humano.

gustavo dijo...

Muy buena la forma como te internas en el alma de un viejo, solo y desesperanzado. Es que la vejez es así, siempre es así. Lo demás es todo decoración. El trabajo como huida a la propia realidad interior, llena de desolación. Y la indiferencia de ese barrio, es la que se vive cotidianamente ante el dolor ajeno. Muy buen relato, descarnado y duro. Felicitaciones.

Taller Literario Kapasulino dijo...

Un cuento impresionante, con una realidad que nos rodea en estos tiempos de inseguridad.
Excelnte Neto, muy bien redactado.

Anónimo dijo...

Tus últimos textos, ponen un sabor a cruda y a amarga realidad, pero no por eso dejan de tener ese fantástico estilo tan tuyo.
Me encantó pasearme por aquí aunque la garganta tuvo que hacer esfuerzos para no atascarse con el hilo de aire que me concediste.
PAZ

Annie dijo...

Don Neto:

Es verdad lo que dice Alejandro, esa última frase da el golpe de gracia...
Deja en evidencia un sinsentido más allá de los actos humanos...

Trágico y Hermoso

Netomancia dijo...

Don Oso, qué gran término que ha utilizado: "desolación urbana". Así nos sentimos a veces en este mundo de gente indiferente, como le sucede a su niña del carro y millones más.

Don Diego, si buscamos culpables, caemos todos en la bolsa. Está bien que a veces somos engañados, pero otras nos comportamos como los que aguardan en sus hogares a que la tormenta pase. Un abrazo!

Doña Tere, si, así es, una triste realidad. Y bueno, dígame don Neto. Un "pibe" Neto no me ofende.

Gracias Alejandro, me parece fantástico que la última frase complemento el relato de manera tan fuerte. Y lo que decís, es cierto.

Gustavo, en parte me meto en la vejez, en parte en la indiferencia, en parte en los que llevan un arma y la vida ajena les importa un pepino. En parte hablo de la realidad. Saludos y gracias!

Carla, muchas gracias!!! Ojalá la realidad pueda ser revertida alguna vez por algo mejor.

Don Luiz, con don Oso nos hemos complementado bien en Villeraturas como para anudar más de una garganta con los temas crudos que la realidad nos entrega en bandeja. Un abrazo!

Doña Annie, si, era el efecto buscado. Lo que se consideraba grave no pasó y aquello que fue grave, no fue tenido en cuenta. Gracias y saludos!!!!

Juan Manuel Juanmusgo Zúñiga Arias dijo...

Buen texto! Veo más que la desolación urbana en el texto, veo también nuestro desarraigo e irrespeto general por nuestros ancianos. La falta de interés por nuestro vecino.

Bueno estos textos lo que nos dejan es más trabajo. Sí ¡Buscar ser diferentes! Aumentar nuestro círculo de influencia :)

:P Con respecto a la última frase. Ya estaba lleno e impactado con el texto, sin querer jamás irrespetarte, me queda más abierto el final sin ella. Por que al menos yo considero, que quizá no llego la tormenta anunciada pero sí una nefasta tormenta de inseguridad que destrozo la quietud general que precede en el relato.

Me encantó el texto, reitero me encantó. Gracias por compartirlo.