En la vereda, de pantalones cortos, Marianito se contenta con seguir con la mirada la tortuga de su hermano.
Hora de la siesta, primeras semanas de verano. Silencio morboso, solo quebrado de a ratos por el canto de una chicharra. Marianito entrecierra los ojos y ahora ve una tortuga partiéndose en dos.
Una va hacia arriba y se eleva, hasta perderse de vista. La otra permanece con las patas sobre las baldosas, avanzando indiferente.
Vuelve a jugar con los ojos y ahora al acercar los párpados uno a otro, pero sin alcanzar a cerrarlos, ya no son dos, sino cuatro tortugas las que ve.
Dos salen hacia arriba y las dos otras permanecen en el suelo, con el paso sereno pero decidido.
Marianito abre los ojos y lanza una carcajada. El juego lo entusiasma. Y a medida que sigue probando, cada vez son más las tortugas que ve desprenderse como fantasmas de la original, la Carlota de su hermano.
Claro que por no prestar atención, Marianito se olvida que no debe permitirle a Carlota que vaya más allá de la línea invisible señalizada por el fin del color amarillo del frente de su casa. Y Carlota lo cruza, con todo el peligro que ello entraña.
Peligro porque siempre don Mario, que no duerme la siesta, sale por las tardes a pasear a su mujer por la ciudad, aprovechando que no hay tránsito. Y sale en su auto, que es lo que coloca la situación en torno a lo trágico.
Y trágico porque al salir el coche marcha atrás, deja sin posibilidad a don Mario de saber que su rueda trasera derecha ha pasado por encima de la tortuga del hijo más grande de Benicio, el vecino policía.
Primero cree que ha sido un ladrillo, pero luego al observar el rostro asustado del pequeño Marianito, sentado en el suelo frente a su casa, y escuchar luego el alarido de desesperación que salió de la frágil garganta del chico, supo de inmediato que había atropellado al bicho con caparazón.
De la casa de Marianito salió Benjamín, su hermano, de ya ocho años de edad y atrás su madre, Leonora, visiblemente preocupada, temiendo que su niño más pequeño se hubiese lastimado. Pero mientras ella respira aliviada al verlo sano en el sueño, mucho más grave es la situación para Benjamín, al darse cuenta cuál es el producto del llanto de su insoportable hermano menor.
Bajo la rueda del Citroen del vecino panzón yace aplastada su querida Carlota. No quiere mirar, y sin embargo lo hace. Pero en lugar de ir hacia su mascota, se lanza sobre Marianito, insultándolo con bronca. Mamá interviene justo, y casi aturdida por el llanto del más chico, manda a su habitación a Benjamín. Este chilla, quiere explicarse, pero no hay peros. Mamá comprende, pero no va a dejar que golpee a su hermanito.
Don Mario se acerca, tímido y con culpa. Hace un gesto con los hombros, como diciendo qué iba a saber. Leonora lo comprende. Le dice que no se preocupe, que solo era la tortuga, que verán de conseguir otra para los chicos. Con un gesto de asco, don Mario retira el animalito muerto y le pregunto a su vecina qué hacer. Ella no sabe, tírela a una bolsa y métala en la basura le dice. Jamás pensó en que su hijo mayor hubiese deseado enterrarla, como toda mascota se merece.
Vamos Marianito, le dice a su hijito, ahora con hipo, aunque ya sin llanto. Vamos adentro, le repite. Pero Marianito está absorto en la tortuga aplastada, ahora en el suelo, a la espera del regreso de don Mario y la bolsa mortuoria.
Y mira la tortuga con pena y entonces entrecierra los ojos, como antes, cuando jugaba. Y por más que se esfuerza, la tortuga no se multiplica.
Lo intenta una y otra vez, hasta que don Mario vuelve y la saca de su vista.
Por un momento pensó que podía obrar el milagro y aprovechar el momento en que la imagen se desdoblaba para agarrar alguna de las que se elevaba, pero no tuvo suerte. El espíritu del animalito ya no jugaba con él. No había duda que dentro del caparazón, ya no había nada.
Moqueó por última vez y se metió en la casa, escuchando como las chicharras inundaban de su canto esa tarde de verano que nunca jamás olvidaría.
Carlitos
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Con once años son otros los horrores, efectivamente.
Jugar a las escondidas se podría considerar casi normal una tarde de
primavera; jugar en grupo, en la...
Hace 4 semanas
10 comentarios:
Netito, la tortuga que se me escapó en el post anterior... la pisó con el auto don Mario...ahora.
SE DICE... que la muerte de sus mascotas, va preparando a los peques para asimilar las otras muertes, las que realmente los golperarán bajo.
Quizás, Marianito y Benjamín, después de sufrir un poco, se hagan más fuertes, a partir de este dolor.
Seguro que sí.
;)
Beso, Hermanito menor.
Por lo menos lo supieron, mi familia y yo, todavia estamos con el verso de que el perrito de mi sobrino se lo llevo la mamá.... ya pasaron 8 años!!!
Muy buen cuento!!! y felicitaciones Neto!!!
nunca es trsite la verdad, lo que no tiene es remedio no decía Serrat?
Muy buen texto Netito, un placer como siempre!
Salute!
Neto: Si ud supiera lo que he sufrido cada vez que recordaba el pisotón que le dí a un sapo allá lejos y hace tiempo... La analista me dijo que bla, bla, bla, así que debí pisotearla a ella tambíén antes de que me quite un sentimiento de dolor genuino. Una de las pocas cosas propias que conservo.
Excelente, Neto, me retrotrajo a más de una tortuga...
MUY INTERESANTE TU BLOG!!!
¿Este cuento trae evocaciones propias?
¿Es ficción 100 % o algo así le pasó en su niñez,eh? Está como siempre muy bien escrito,che.
¡Pero debo decirle algo personal,Neto!
¡Justo con una tortuga!¿Le puedo contar una?
Mi hija, tenía 4 años, queria una tortuga,se la compran.Eso pasa con las mascotas: los chicos las quieren, los padres las cuidan.Yo pensaba: "y bueno, una tortuga vive como 100 años, le tiene que durar".
Pero, la tortuga empezó a ponerse mal,la llevé al veterinario. Me tocó el peor de bs. as.,un autentico killer.Se la dejo un día,al otro voy a buscarla.
Me dice el killer:"la tortuga,...se murió"
Yo: ¿¿¡¡!!???
El Doc asesino:"Y sí. Ahora se la traigo".
Fue a la heladera, (es cierto,che) abrió el congelador y sacó a la pobre manuelita, chorreando agua(se ve que el congelador no andaba muy congelador).
Y ahí entronco con lo del pobre Marianito:
Voy caminando con la tortuga muerta en la mano,en una bolsa de plástico...¿Que le digo a mi hija, ahora?
La opción 1: "se fue con la mamá...del perrito de Lisandro"...no...no..
Opción 2: Este...bueno, que vamos a hacerle..,total ¡era una tortuga,nada más!No, tampoco...
Opción 3:No se pudo hacer nada,etc.
Opción 4:¿querés que te compre un pecesito?
Epílogo: Mi hija a veces se acuerda todavía de Manu y el killer Doc... sigue haciendo de las suyas.
Doña Sil, no le eche la culpa a don Mario del destino de su tortuga. Cuide mejor el caparazón!
Si, quizá es la verdadera función de una mascota. Gracias por el comentario hermanita!
Lisandro, es que a veces la verdad es tan simple y tan difícil a la vez. Esa dualidad es peor si el tema es la muerte y el destinatario un niño. Un abrazo!
Dieguito, Serrat también nos ha mandado a no romper con la pelota. Así no se puede, ese tipo no hay nada que le venga bien. Saludos!
Don Oso, pobre los sapitos que ese sapo habrá dejado huérfano... uy perdón, no quería obligarlo a que vuelva a terapia! Un abrazo!
Fernando, gran humorista. Gracias de parte de los cinco dueños, amos y señores del blog.
Don Felipe, no, nadie me pisó la tortuga, pero aunque no lo crea, se me escaparon dos. La frase del Diego fue verdad en mi, increíble. Che, como que Lisandro roba animales, no? Jaja. Aunque se hiciera un listado de mil opciones, ninguna sería la apropiada. La respuesta que un niño espera es siempre la que no podremos dar. Y el killer doc, bueno, que decirle, algunos tienen suerte. Un abrazo Felipe!
jajaja tenés razón, al final el Nano es un intolerable!!! Che vamos a ponerle una denuncia al veterianrio ese al que cayó el pobre Felipe, esto no puede ser, encima el tipo se la guardó en la heladera!!!
salute!
Se la frizaron.
Ahora que lo pienso,a lo mejor el tipo la guardó en el congelador porque queria hacerse una sopita de tortuga y no le di tiempo...
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