viernes, 4 de junio de 2010

En el desierto

Comenzó a sospechar que se habían olvidado de él cuando las primeras luces del atardecer flecharon el horizonte. Esperaba desde hacía tres horas ver la polvareda de tierra levantándose en algún punto distante del camino por el cuál habían llegado.
Se había mentido durante todo ese tiempo, diciéndose que de un momento a otro, la camioneta roja aparecería de la nada y tras algunas risas para romper el vergonzoso olvido, emprenderían todos el regreso felices y contentos.
Pero la noche amenazaba con llegar y no había indicios de las personas con las que había viajado desde la ciudad. No era bueno calculando distancias, pero el trecho que la camioneta había realizado era considerable.
Habían salido antes del mediodía, lo sabía bien porque el sol estaba justo en lo alto, bien por encima del vehículo, cuando recién habían tomado la ruta principal, en las afueras de la ciudad.
El viaje, ahora que lo pensaba había carecido de la espontaneidad de otros. Pocas palabras, nadie cebando mates y más de un suspiro de melancolía. No había reparado en ello y si lo había hecho, quizá instintivamente habría pensado en la culpabilidad del otoño, época de amarillos y naranjas, de corazones que se enfrían.
Durmió una parte del trecho y cuando despertó el paisaje era desolado, como si hubiesen penetrado en un lugar inexistente en los mapas. Había hecho innumerables viajes con la familia y no tenía presente un sitio así.
Un camino de tierra, campos áridos carentes de verde, árboles ausentes y un cielo plomizo, casi enfermo. ¿Acaso podía salirse del mundo tomando una carretera cualquiera? No lo creía, pero aquello le daba esa sensación.
Tras bordear una colina, la camioneta detuvo su marcha. Todos se apearon y estiraron las piernas. Ninguno pronunció palabra alguna. La niña se le acercó, compañera. Le sonrió casi con lástima.
- Espéranos aquí - le dijo con la voz de fumador tan característica Eugenio - Creo haber visto un almacén o algo del otro lado de la colina, vamos a comprar algo para comer. ¿Te gusta la idea?
Por supuesto, asintió con alegría. Los vio subirse al vehículo, casi con prisa. El último recuerdo es un punto rojo, perdiéndose entre una polvareda de tierra.
La noche cubría ahora todo alrededor. La temperatura había descendido varios grados y algunos aullidos lejanos aterraron hasta las estrellas. Ladró desafiante, pero asustado. Por primera vez sintió deseos de salir corriendo en dirección hacia donde se había ido la camioneta, pero temía que si volvían sus dueños, no lo encontrasen.
Decidió esperar, sentado sobre su rabo.

Allí sigue hoy, cuatro días después.
Aún mantiene la esperanza en su corazón.

6 comentarios:

SIL dijo...

Guau!!
:(
Devastador y aleccionador, mi estimadísimo Netito.

ABRAZO GIGANTE.


SIL

Anónimo dijo...

un duro relato que nos hace pensar mucho en el trato que le damos a nuestros padres, los animales...
Leíste "El llamado de la Selva" de Jack London? Es un libro precioso y terrible que viene como anillo al dedo de este relato supremo tuyo!
Un abrazo Neto!

Felipe R. Avila dijo...

Por un momento pensé¿por que se queda un tipo viendo alejarse a los otros?
me sorprendiste con la calidad de siempre,che.
Pobre animal,la familia: abandonar así a su mascota compañera y querida...hay animales así.
F.

Con tinta violeta dijo...

¡Vaya sorpresa! yo esperaba algún fantasma pero siempre algo humano...¡y era un perro!
Claro que solo los humanos somos capaces de hacer esto a los canes, y a otros como nosotros si me apuras...asi que en el fondo no se porqué me extrañó esa actitud...
Muy bien contado!
Lo aprecias mas cando has tenido perros y sabes que son así, fieles.
Abrazos!!!!

el oso dijo...

No es nuevo, los perros ya no pueden confiar en nosotros.
Muy, pero muy bueno, Neto...

Netomancia dijo...

Doña Sil, les metí el perro en el final jaja. Muchas gracias! Saludos!

Dieguito, chas gracias. Si, por supu, he leído mucho de don Jack London, me encanta. Ese libro lo habré leído a los ocho o nueve años de edad y me impactó. Un abrazo!

Don Felipe, y si, temblaba el cuento si uno entraba a reflexionar antes de los últimos párrafos, pero no decía ni una palabra más de la necesaria para no "quemar" el efecto. Muchas gracias! Abrazo.

Doña Tinta, el perro en este caso, pero como bien acota, a cuantas almas abandonamos en el camino muchas veces sin pensarlo. Si, tuve perro, pero muy de niño. Ahora me dedico a los gatos (no malinterpreten!). Saludos!

Don Oso, eso de que son los más fieles, creo que la Asociación Canina quiere abolirlo ja. Un abrazo!!!