De penas va y de penas viene. Cargado con su traje de colores y una lágrima que nunca cae sobre su mejilla, preparándose para salir al ruedo. Respira hondo, conteniendo el dolor. Es la única manera, el único modo. Afuera, los aplausos se transforman en un murmullo, en una incitación al fracaso. Pero no se asusta, poco es eso comparado con su vida.
Y poca es la risa que pueda causar para sepultar el llanto derramado, los kilómetros desandados. Se obstina el destino en decir basta y con sus colores a cuesta no puede más que resignarse y sonreír. Y su carcajada contagia a cientos, menos a él, quizá, el que más lo necesita.
Carlitos
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Con once años son otros los horrores, efectivamente.
Jugar a las escondidas se podría considerar casi normal una tarde de
primavera; jugar en grupo, en la...
Hace 4 semanas
3 comentarios:
Todos tenemos esa máscara siempre a mano.
Besos mil
SIL
Suele suceder con los contagios de carcajadas. Bello y acertado, Neto.
Abrazo
Doña Sil, don Oso, los payasos me causan simpatía y tristeza al mismo tiempo. Esa paradoja se tradujo en breve relato. Gracias y abrazos!
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