sábado, 14 de febrero de 2009

El pasajero indeseado

El sol repuntaba entre las nubes en pleno febrero del año 1348. Un grumete portugués fue el primero en ver el destello de luz caer al mar, a unos diez nudos al oeste.
Pesadamente, por la carga que transportaba, enfilaron las velas hacia aquel sitio.
Una extraña figura, de forma elíptica, de unos veinticinco pies de largo, flotaba a la deriva. La recubría un armazón de algún material raro, liso al tacto. Encima, una cápsula transparente dejaba a la vista un ser extraño en el interior.
La tripulación subió el objeto. La envergadura de la embarcación lo permitía. Una vez sobre la popa, rompieron el material transparente. Sacaron los restos de un cuerpo quemado y lo arrojaron al mar.
Esa noche vigilaron la popa cinco marineros. Cuando amaneció, estaban los cinco enfermos. Mientras transcurría el día la piel se les iba tornando oscura. Para la noche, el médico de a bordo sabía que las extremidades se estaban gangrenando.
Arrojaron la extraña nave al agua, donde la vieron sumergirse. Se dirigieron sin escalas al puerto de Palma de Mallorca. Para cuando llegaron, la mitad de las personas que viajaban en la carraca estaban infectadas.
La peste negra había desembarcado en España.

2 comentarios:

el oso dijo...

Cada civilización lleva el germen de su destrucción y si no lo lleva, lo encuentra. Afortunadamente (o no) no somos conscientes de los gérmenes que portamos.
Lindo, Neto, muy lindo. A pesar de su brevedad tiene todo lo que había que decir. Y eso lo hace muy bien ud.

Anónimo dijo...

somos meros recipientes de nuestro fin, simple y contundente. genial!
abrazos!