Esas calles lo transportaban a otro tiempo, con sus casas bajas, de tejas rojas, entradas amplias y jardines cuidados. El tiempo las había deteriorado, los colores se habían ausentado de a poco con cada nueva estación y cada grieta en las paredes y las veredas era una nueva arruga que los años imprimían sobre el paisaje.
Recorrerlas era volver atrás, sentir las piernas corriendo esas veredas, jadeando casi sin aire pero sin detenerse jamás, a la par de sus amigos, compinches desde que el sol se imponía en el cielo.
La tranquilidad que antes emanaba de cada esquina por naturaleza propia, era ahora producto del abandono, del silencio propio de la ausencia. La violencia había acabado con gran parte de la zona y el barrio se había visto inmerso en esa realidad cruel de robos, secuestros y asesinatos. La gente se refugió un tiempo y luego huyó, buscando paz si es que acaso en algún lugar la encontraría.
Fueron años difíciles, de hambruna y miseria, tanto económica como humana. Dieron lo peor de cada uno entonces y aún las cenizas de aquel pasado quemaban en lo más profundo de quienes sobrevivieron.
Cuando camina esas calles, le carcome la culpa. Y hoy trae de la mano a su pequeño hijo, de tan solo cinco años. Quiere mostrarle el ayer que supo ser, el que todos ayudaron a destruir de una u otra forma. Quiere decirle que no se equivoque como él, como sus amigos, como sus contemporáneos, que no vuelva a pisar las brasas que aún rechinan con placer diseminadas en todas partes, esperando a iniciar un nuevo fuego.
Le muestra esas casas destruidas, esos jardines pisoteados y le dice la verdad sobre los enormes agujeros en las paredes. No disfraza ninguna mentira, no recurre a la metáfora, nos esquiva las responsabilidades. El niño le pregunta abriendo enorme los ojos y sin piedad le contesta, cerrando los suyos.
Y entonces, cuando llegan a ese lugar, al final de la cortada, le dice fuerte para que no olvide que ahí vivía un verdulero, que no sabe cómo se llamaba. Uno de los primeros en morir en aquel pasado de violencia. Le dice a su, hijo con dolor y esperanza, que debe forjar un camino para que el presente y el futuro recuperen a personas como ese verdulero, que en vano murieron. Y para eso debe ser un hombre de bien y alejarse del revólver.
Y por más coraje que le sobre, no equivocarse de camino como su padre, que hace treinta años que sueña la misma pesadilla, sintiendo aún la presión del gatillo, el sonido de las balas y los gemidos del moribundo, mientras de fondo escucha al diablo aplaudir, riéndose del pobre anciano y del joven condenado.
Carlitos
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Con once años son otros los horrores, efectivamente.
Jugar a las escondidas se podría considerar casi normal una tarde de
primavera; jugar en grupo, en la...
Hace 4 semanas
11 comentarios:
Me gusta este texto que continua con "El verdulero de la cortada"
Un futuro muy triste, lo bueno es que pudo arrepentirse y se dio cuenta de todo lo que causo.
No es fácil dibujar un camino, pero para eso está la voluntad, para cimentar el futuro.
Me encantó el texto de hoy.
PAZ
Capas lo tomes a mal, pero me sono mucho a "Úlitimos días de la víctima" de Feinmann... Creo que se llamaba así...
Genial, como siempre, impecable que bueno es volver a estos rincones hermosos!
Besos
El infierno está hecho a medida. Y el tamaño es el mismo, que el de nuestras propias sombras...
Servirá el arrepentimiento?
En estos casos tengo mis dudas.
FELICITACIONES, Don Neto!!!
:)
Besotes
Carla, sigue en la línea triste, si, pero es una especie de arrepentimiento que nos da algo de esperanza.
Luis, sabias palabras. Los caminos nunca son fáciles de dibujar, es cierto e incluso, dibujados, es difícil transitarlos.
Distraída, me mataste con ese texto. Ahora, Feinnman me suena, es el que tiene un programa de filosofía en Encuentro y el mismo que dijo que cualquier pelotudo tiene un blog. Me conoce, me conoce!!! Jaja.
Saludos!!!!
Doña Annie, dude todo lo que quiera, eso si, el infierno hágaselo a su medida, que nos viene a meter a todos en la misma bolsa, jaja.
es genial y esperanzador cuando en medio de los grises nubarrones del camino que forjamos día a día, alguien ve un rayo de luz, un golpe de verdad y esperanza. como dijo Luis más arriba: PAZ.
genial Neto, un abrazo!
Una segunda parte que parece ser la parte treinta o más, después de haber vivido múltiples episodios como el del verdulero. Un destello esperanzado donde no cabía más que un manto de horror.
A medida que uno lee el paisaje se hace familiar y vuelven a volar los sobresaltos delineados en el texto anterior.
Un lujo, Neto.
Muy buen relato. Se nota que a esa pluma le sobra recurso y talento.
Abrazo grande,
Kutxi.
Esperanzador, humano y crudo.Y si…hay errores que nos persiguen toda la vida y el único consuelo a veces es que nuestros hijos no los repitan. Claro que acá el error llegó al peor extremo. Si hay arrepentimiento hay esperanzas, para los que vienen al menos, deja pensando…
Don Neto, ¿le conté que yo tengo una verdulería?
En toda persona vive la infancia. Los colores son más vivos en el recuerdo y los olores y los sonidos. Hasta el más miserable de los seres humanos tiene un pequeño capital de virtud, que lleva a veces sin saberlo. ¡Ojalá los hombres pudieramos enseñar a nuestros hijos a no repetir nuestros errores! Pero a veces la realidad desmiente esos anhelos. Muy bueno tu relato. Me gustó
Don Diego, si, es ese rayo de luz en contrapartida para el relato anterior. Ese saludo de Luis es genial.
Don Oso, fue como volver al pasado pero en el futuro. Uy, me perdí!
Kutxi, muchas gracias por tus palabras.
María Susana, no sabía nada! Bueno, pero no tenga miedo, solo atacan las verdulerías que están en cortadas. ¿A cuánto tiene la papa?
Gustavo, lo primero es saber reconocer los errores para poder después enseñar a no repetirlos. Los humanos fallamos de entrada nomás en ese primer reconocimiento. Saludos!
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