viernes, 18 de diciembre de 2009

La del Mono


Para todos era el Mono. Para mí un tipo fantástico que se rebelaba ante la gravedad, que podía trepar al pino más alto. Que podía caerse desde allá arriba del árbol bellaco, incluso de espaldas, darse un flor de golpe, revolcarse un poco y pararse tajeado por todos lados para sacudir el polvo entre sus propias carcajadas insolentes.
Treparse era lo suyo. No había pared, ni tapial, ni columna que se le opusiera. El Mono. Largos brazos y unos rasgos que colaboraban precisamente para la exactitud del mote.
Bastaba un leve descuido para que dejara la altura común y nos mirara desde arriba.
Jugar a las escondidas con él era simple y complejo a la vez. Se sabía que estaría allá arriba. Pero los arribas eran muchos en la cuadra y el Mono aportaba ese cachito de sinrazón, de locura infantil, al más sagrado de los juegos, que transformaba en doble delicia las largas tardecitas a la vera del Chapuy.
Algunos pibes en el barrio tenían rifle. Los mejores posicionados un Mahely Master de calibre cinco y medio. Le seguían los de cuatro y medio. Mi hermano y yo no teníamos rifle. En parte porque no entraba en el presupuesto familiar, en parte porque mis viejos lo consideraban peligroso. Lo nuestro era la gomera, lo cual era un alivio para mí porque permitía evitar el simple expediente de matar un pajarito para ascender en consideración del grupo de chicos y la eterna culpa de haberlo hecho. Así y todo, lograba el préstamo de algún rifle de cuatro y medio eventualmente, tal vez por mi cara de ñata contra el vidrio al ver tirar a los demás. El Mono tenía un rifle marca Churrinche rasquísimo, que para mí tenía el caño curvo. Uno tenía que hacer un pequeño cálculo mental para acertar al blanco. Si apuntabas a un gorrión, por ejemplo, posado en una antena de televisión en alguna terraza del barrio -con el límpido paño celeste de fondo- podías ver fugazmente la extrañamente curva trayectoria del balín hacia la luna, lo que indicaba además que salía a una velocidad casi inofensiva.
Cuando el Mono salía con el Churrinche era una fiesta. Le tiraba a todo lo que se movía acertando hasta los razonable diez metros que permitía el artefacto. Pero jamás le acertaba a un pajarito. Y yo lo admiraba por esa puntería que fallaba ante tibios plumones. Además, lo prestaba siempre.
Era capaz de subirse a un oscilante pino de cualquier altura para mandarle balín a los macilentos jirones de barriletes enredados en los cables. Era capaz de hacernos reír desde que aparecía por el barrio a visitar a los tíos de la esquina, hasta que regresaba a su casa a la nochecita. Si sumamos a esto que el Mono era bueno y veraz, no quedaba margen para negar que su presencia en el barrio era, como dije, una fiesta.
Pero algo ensombrecía el aprecio por el Mono. Le falta un tornillo, decían los viejos de la cuadra. No hace cosas normales. ¿No ves la cara de loquito? Cómo le va a ir bien en la escuela si anda todo el tiempo subido a algo o con el rifle...
El Mono repetía de grado y no por primera vez. Mientras su hermano mayor era ya un correcto empleado, el Mono iba terminando a desgano la primaria, donde no podía treparse y mirar desde arriba. Donde la premisa era enrasar a todos para que miren desde abajo.
En la adolescencia apenas si le permitían salir. Su sonrisa y sus carcajadas permanentes eran más un recuerdo que un reflejo de su rostro. Ya no se trepaba. Había aprendido a mirar desde abajo. Era menos que todos.
Yo creo que entonces ya sabía que no iba a conseguir nunca un buen empleo ni iba a poder estudiar como casi todos los demás. Creo también que en el fondo de sus negros ojos guardaba la visión de cóndor que se le había negado. De cóndor que fue educado para vivir como un pavo, según el cuento.
Formó familia, se hizo testigo de jehová, después pentecostal -o al revés- sintiéndose alguien en una comunidad que le asignaba una tarea clara. Hacía changas, vestía siempre humildemente, pero se negaba a colaborar con su hermano que era otro tipo de trepador, de esos que estos tiempos llaman emprendedores cultivadores del esfuerzo ajeno.
En una época pasaba por casa, y por muchas otras, ofreciendo un pan de chicharrón que casi no ameritaba ser llamado pan ni ser de chicharrón. Y yo, que siempre envidié sus vuelos, su amor a las alturas, su inofensivo rifle, su recuerdo de caídas con carcajadas, le compraba sin animarme a confesar jamás mi secreta admiración.
Cuando dos por tres lo veo, juro que no puedo dejar de pensar en esta clase de gente como el Mono, Jovino, el Turco o Guasca que, ajenos al ritmo soberbio de la vanagloria, del vacío discurso que muchas veces puebla nuestras aulas, ajenos a objetivos cumplidos, autoayuda, coaching, ajenos a títulos honoríficos o distinciones, incapaces de discurrir en público, despreocupados por la inseguridad, el tipo de cambio, la ecología, la literatura de vanguardia, cruzamos en nuestras veredas tenidos a menos por quienes no nos sentimos ajenos.
Quizás sea porque no nos animamos a la inocente trepada del Mono por miedo a caernos o por miedo a -de una buena vez por todas- ver las cosas de otra manera...

6 comentarios:

SIL dijo...

De nuevo comentando primera...
Ya parezco...
(:P
Superaré el pudor...



EL RELATO LLEVA TU SELLO, OTRA VEZ.
AUNQUE NO TUVIERA TU FIRMA,
SE RESPIRA TU ALMA EN ÉL...


Si tenés un dèjá vu con este comentario, hacete cargo.
;)

Saludos.

Anónimo dijo...

y Oso querido, a veces uno queda prendido de esas piruetas como las del Mono, u otros tantos, son esa clase de personas en las que uno puede ver más allá de otras cosas y encontrar brillos de una inocencia que no todos saben conservar.
En sí la vida es dura y crecer incómodo y molesto... uno va saltando como puede, algunos como el Mono, otro como se le vaya presentando el camino....
muy buen relato Oso!!!

el oso dijo...

SIL: Ja! Lo mismo con su comentario. Eterno agradecimiento, ud. sabe...
Besos

DIEGUITO: Exacto, querido Diego. A los saltos. Lástima que hoy tenga tan poco valor la inocencia esa...
Abrazo enorme!!

Felipe R. Avila dijo...

Excelente relato,Oso. Abre la cabeza a varias reflexiones, que-seguramente- cada uno hará íntimamente.
Pero me alejo un segundo de esas elucubraciones, necesarias.
Me quedo un poco en la anécdota menor que usted al contar la hace mayor.Por ahí cuanod cuenta como era(o es) el Mono, sus habilidades, su destreza con un rifle cachuzo...Y ahí también escribe en profundidad,amigo.
Es decir: es profundo por lo que invita(a pensar), y es profundo (como sin quererlo, pero seguramente meditado) por la descripción de situaciones que se nos vuelven casi familiares.El rifle de aire comprimido...trepar a los árboles cuando se es chico...
Parecieran pinceladas de nuestra propia niñez.Así, el Mono se nos vuelve un poco más cercano y querible.
Gracias por la evocación!
F.

el oso dijo...

Gracias, Felipe, por tus palabras, son las propias reflexiones que me hago yo al recordar a estos personajes.
Y, por ahí, quién te dice que a alguno le venga bien, ¿no?

Netomancia dijo...

Don Oso, ahora el que llega tarde soy yo, jaja. Bueno, había leído este texto en su blog y ya le dije que es maravilloso. La propuesta de ir a patear puertas está vigente. Y veo que vamos sumando adeptos jajaja.

Un abrazo!