jueves, 24 de diciembre de 2009

Triste contemplación de los días

El cristal cayó, casi rodando, sobre su hombro. Fue el golpe y un breve sonido lo que hizo que se diera cuenta. Buscó con la mirada sobre el suelo de baldosas y además de hojas, algún que otro papel, no veía nada, salvo, claro, baldosas.
Pero algo había golpeado su hombro. Se agachó y con cuidado, barrió las hojas con sus manos, y a los pocos segundos, lo había encontrado.
Era un cristal azul, de infinitas caras, tallado con una paciencia infinita, casi se diría, sobrehumana. ¿Existe una máquina que pueda hacer algo así? se preguntó en silencio, aún en cuclillas, con el cristal entre sus dedos alzándolo hacia la luz, mientras le gente iba y venía por la vereda, ajena a su contemplación.
Le había dado en el hombro, entonces tuvo que haber caído desde arriba. Meditaba sin apartar los ojos del pequeño cuerpo sólido que atrapaban con delicadeza y respeto sus dedos.
Logró sacar los ojos del cristal, aunque ahora lo apretaba fuerte con la mano, para sentir su presencia. Observó los balcones de las casas ubicadas en la vereda. Buscó ventanas abiertas, desde las cuales el destino pudiese haber empujado el objeto al vacío.
Todas cerradas. Los balcones ausentes. Las fachadas silentes. Ni la brisa le arrebataba a la imagen un signo de vitalidad. En cambio, alrededor suyo, las personas transitaban a velocidades siderales, casi llevándose por delante unos a otros.
Dio unos pasos hacia atrás, para alcanzar el cordón de la vereda. El ángulo le permitía ver ahora los hechos, pero salvo el volar de unos pájaros, hasta las azoteas parecían estar en otra cosa.
Delante de él, una hoja seca que dormitaba con muchas otras, levantó vuelo, impulsada por una corriente de aire burlona, desafiándolo a que la siguiera con la mirada.
La hoja se elevaba en tanto giraba sobre si mismo, como una bailarina girando su cuerpo. Hizo dos círculos completos y luego se confundió con las hojas vivas del árbol que en algún momento previo, la había dejado marchar.
Intentó seguirla atentamente, pero en medio del follaje la persecución visual se hizo imposible. Casi sin pensarlo, abrió la palma donde guardaba con cuidado el cristal y con la otra lo tomó y colocó delante de los ojos.
Su cara se iluminó al instante. El cristal permitía ver a través de él y las infinitas caras eran más que infinitas caras. De repente, el mundo delante de sus retinas se volvió azul y cada detalle, aspecto y sentimiento danzando en la dirección que enfocara quedaba en relieve, apreciándose milímetro a milímetro, como si estuviese observando por una lupa, pero todo el contexto a la vez.
Y a través del cristal, vio la hoja voladora nuevamente en el árbol, pero no atrapada por alguna rama u otras hojas, sino conectada otra vez con su vaina a la corteza y se la veía... feliz.
Se quitó el cristal y el mundo volvió a ser el de siempre, con el ser humano indiferente, las hojas perdiendo el color en el suelo, los árboles soportando estoicamente el silencio del olvido, las viviendas pálidas y anodinas calladas como siempre, el gris del cielo abarcándolo todo... suspiró triste, porque también allí estaba su hoja, otras vez sobre las baldosas. Nunca había vuelto al árbol, tan solo se había animado a volar alto, hasta que el viento dijo basta y su viaje terminó, regresando a dónde ahora pertenecía.
Volvió a usar el cristal y ahora observó a la gente. Todos sonreían, lo saludaban efusivamente al pasar y algunos hasta se detenían para darse un apretón de manos, un beso en la mejilla, un abrazo de renovada esperanza. Si hasta casi se le cae una lágrima al ver tanta humanidad en esa simple vereda. Pero al retirar el cristal azul, la realidad oscureció el momento. La realidad no tenía esperanza y entonces la lágrima al final cedió, pero cargada de pena.
Miró el cristal en su mano y volvió a buscar en lo alto, sin dejarse distraer por hojas llevadas por el tiempo ni las tristezas que flotaban alrededor y al fin lo encontró. Allí a lo lejos, alto, muy alto, donde los nubarrones que se habían retirado dejaron un hueco celeste, notó que el cielo tenía una mancha, tan ínfima que podía pasar imperceptible para todo aquel que no estuviera buscando una explicación.
Y así supo que lo que tenía en sus manos no era un cristal común, sino un pedazo de cielo, quizá, se decía, una lágrima que derramara ante la triste contemplación de todos los días.
Al menos el cielo, pensaba él, tenía la posibilidad de darnos su espalda oscura por la noche y olvidarse hasta el otro día. Nuestras penas, sin embargo, nos acompañan hasta la cama y perduran en los sueños. Guardó el cristal azul en el bolsillo y siguió caminando, aunque sin mucha certeza hacia dónde.

5 comentarios:

SIL dijo...

Es precioso el relato!!!!
Ya lo sabés, además.


Todo depende del color del cristal con que se mire, verdad ????



Qué no daría por tener un pedazo de cielo en el bolsillo, para ver todo de otra manera, aunque sea por un ratito !

Un abrazo inmenso, Neto.

Con tinta violeta dijo...

Ah, Neto, vaya relato. No puedo destacar nada en particular porque me gustó de la E a la e final. Creo que sacaré de mi bolsillo con mas frecuencia el cristal azul. Quizás así consigamos que las penas y la realidad no contagien nuestro espíritu de oscuridad.
Precioso, felicidades!.
Besos
Paloma.

el oso dijo...

Bellísimo, Neto, y teñido de esa atmósfera melancólica que enternece desde el comienzo. ¡Qué buena idea (y qué buen relato)! Todo el musndo a buscar su cristal azul, ¡ya!

Abrazo enorme

Felipe R. Avila dijo...

"Y así supo que lo que tenía en sus manos no era un cristal común, sino un pedazo de cielo, quizá, se decía, una lágrima que derramara ante la triste contemplación de todos los días".

Neto.Poeta genial de la prosa fantástica.Estás en un nivel superlativo, estás escribiendo mejor que ayer y antes de ayer, cuando ya nos subyugabas con tu talento.
La evolución en vos no se detiene, afortunadamente para nosotros.

Netomancia dijo...

Doña Sil, más que el color del cristal por donde se mire, es lo que la realidad nos muestra, sin cristal alguno de por medio. Y ese, azul, es una lágrima de dolor de un cielo que es testigo a diario de nuestra incapacidad de ser mejores. Pero como todo relato, me gusta que en realidad las intepretaciones sean personales, les da, justamente, otro color :) Saludos!!!!

Doña Tinta, el cristal azul nace en nuestra fe en nosotros mismos. Y quizá en esta época es cuando más notamos lo poco que lo usamos. Saludos!

Don Oso, a buscar, a buscar! El tema es encontrarlo! Un abrazo!!!

Don Felipe, chas gracias, ojalá poder siempre lograr que los nuevos cuentos cautiven tanto como los anteriores... un abrazo!!!