domingo, 13 de diciembre de 2009

Tragantúa

El problema de Alfonso López fue algo que siempre nos asombró de pequeños.
Algunos lo atribuían a la falta de leche materna durante su periodo de lactancia. Otros a una especie de bulimia compulsiva de palabras.
Pobre Alfonso, sufría por ser tan hambriento de frases.
La última vez que lo crucé caminando por calle Jujuy me miró de reojo y se perdió entre los alrededores del Club Riberas del Paraná.

Alfonso no era un mal tipo. Yo lo sabía mejor que nadie.
Pero los pequeños círculos de personas que lo rodeaban lo señalaban con el dedo acusador de quienes creen tener la verdad y el entendimiento para juzgar a sus vecinos.
Se decía que Alfonso no tenía respeto por nadie ni por nada.
Nunca saludaba, nunca respondía, nunca sonreía...

Como decía anteriormente, creo que fui la única persona que comprendí el gran problema de Alfonso, y aunque hoy ya no sirva de mucho se los voy a contar.

Alfonso sufría de un apetito voraz por las palabras y su encadenamientos. Soñaba despierto con las vocales sabrosas y coloridas. Su mente divagaba entre acentos y signos de puntuación.
De pequeño devoraba (y no literalmente) los diccionarios Larousse Ilustrados que ocultaban sus padres en los últimos estantes de la biblioteca heredada de sus abuelos.

Pobre Alfonso López, su devoción por la lengua lo llevó a extremos fuera de lo común.

La gran cruz que cargó desde su primera adolescencia fue el asombroso hecho de comerse sus propias palabras. Cada vez que Alfonso vocalizaba una frase, ésta se elaboraba cuidadosamente entre sus cuerdas vocales para salir de sus labios. En ese instante el pobre de López daba un paso adelante y engullía ferozmente la secuela de vocales y consonantes que clamaban por su libertad.
Así Alfonso devoraba día tras días su propias frases. Cuando intentaba decir "Hola" su apetito insaciable se deleitaba por una sabrosa H una O, una larga L y una dulce A.
Alfonso nunca fue un hombre irrespetuoso.
De haber podido habría saludado a cada uno de sus vecinos, nos habría regalado alguno de los grandes poemas que compuso para luego atragantarse con ellos.
Alfonso nunca fue una mala persona.
Pero sus vecinos nunca comprendieron que el problema era su hambrienta necesidad de palabras.

11 comentarios:

SIL dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
SIL dijo...

VOYYYYYYYYYYY DE NUEVO...



Qué extraño, por momentos envidio a Alfonso su capacidad para tragarse las palabras en lugar de decirlas.
Me parece que era más inteligente que enfermo.


Cuando uno sufre de buliimia compulsiva de palabras, tarde o temprano, termina vomitando.


Super Original, DIEGO.
Un beso.

(saludé a Neto, sin leer la firma... rectifiqué casi a tiempo)

Anónimo dijo...

Un texto que expresa muy bien el hambre del escritor por construir palabras e inventar historias. Afortunadamente no todos tenemos ese apetito tan voraz.
Un saludo

Con tinta violeta dijo...

Muy bueno Diego. No me extraña que el pobre hombre tuviera problemas con sus vecinos...de todas formas con tal avidez por las palabras...no me extraña que todos seamos algo "raritos" a los ojos del mundo...menos mal que tenemos páginas como esta para leer y compartir las palabras que sueñan, tragan y finalmente dibujan en este espacio electrónico.
Alfonso López es un tipo inteligente. Salúdele de mi parte.
Saludos!!!
Paloma. (doña tinta)

Netomancia dijo...

Diego, que grandioso este Alfonso, me encanta el peso que tiene sobre los hombros, parece un personaje entre burtoniano y dolinesco, víctima de su propia enfermedad.
Más de un se escudará en problemas similares para evitar un saludo o un adiós, pero son Alfonso lo sufre en serio.
Me encantó el relato! Un gran abrazo!

Felipe R. Avila dijo...

Se cuenta, en ronda de bares en el Sur, que el mal que aquejaba a Don Alfonso había nacido (y era padecido por los habitantes) de países dominados por odiosas dictaduras militares.
Tal vez entonces, si fuera cierto lo que susurraban en esos bares, no fuera en sí un mal sino una forma de supervivencia,la suya.
Digo,nomás.

Felicitaciones, Diego!

Felipe R. Avila dijo...

Ah,
¡me encanta el título, un hallazgo!

Anónimo dijo...

ey que buena lectura del relato Felipe, muchas gracias por tu atenta mirada!
Netito, no me había dado cuenta q lo del obre López podría ser utilizado como arma para evitar saludos no deseados! jajaja!
Gracias Tinta, es cierto Alfonso la tenía muy clara después de todo!
Luis, creo que el texto nació por esa idea, luego como todo en el territorio del cuento es sorpresa terminó en lo que leimos, gracias por pasar!
Sil querida! No hay ningún problema por nombres y eso, al final somos todos tan parecidos en nuestra locura que nos unimos en cualquier texto jejeje! Besos!

SIL dijo...

:)
...

el oso dijo...

A veces deseamos ser tragantúas, a veces odiamos serlo.
Dieguito, diste en un nudo gordiano de la posibilidad de comunicarnos o de elegir no hacerlo.
Uno, que es medio Alfonso López -digamos, una especie de Alfo Lop- percibe que hay verdades que no salen directas del cuento porque éste se las come...
Brillante, Dieguito...

Sally dijo...

Me gusta el concepto de "hambre de las palabras" porque al final la comunicación es un acto necesario para el ser humano como comer. Y si existe el hambre de comida, también puede existir el de palabras.
Miau!!!