Los tangueros eran tipos duros, “dueños” del tango porteño que no aceptarían un cambio de planes; un giro en su estilo arraigado en la dulce y egoísta melancolía de la ciudad.
Él lo sabía y tenía bien claro las frases que de sus bocas iban a ser expulsadas, casi escupidas. “Que se vayan un poco a la puta que los parió” – le dijo a su orquesta y sugirió unos cambios en la entrada del bandoneón y algún acorde revirado para la viola.
Sus primeras aproximaciones a la música se las debía a sus viejos y a los vecinos de la “pequeña Italia” de Nueva York que entre jazz y mafias le acariciaban la frente y lo acunaban entre el crimen y la magia; entre el exilio y el sueño del regreso.
Cuando Stanley le sugirió saltarse las horas del colegio y perderse por la gran avenida, él no lo dudo ni un momento. La libertad, al fin de cuentas, se basaba en esos momentos de quilombo interno donde los sueños y embates eran los únicos que marcaban los pasos a seguir.
Se perdieron por la calles del viejo barrio y sin saber cómo se encontraron frente al portal de la tienda de música. Una vez dentro intentaron jugarle sucio a la joven del mostrador y mientras uno le sacaba charla, el otro le afanaba la harmónica plateada de fabricación alemana.
Salieron cagando creyendo que nadie los había visto, pero se equivocaban. Cuando se dieron vuelta el vigilante les seguía los pasos y tuvieron que perderse entre las esquinas y los transeúntes para evitar ser castigados por el brazo de la ley.
Así pasaron los años, las vueltas de la rueda…
Mientras el maestro recordaba sus hazañas infantiles, la orquesta seguía afinando sus instrumentos, apagando los puchos en el piso, puteando entre acordes y risas.
“Maestro, ¿a usted no le parece que la batería no va muy deprisa?” – le preguntó el guitarrista casi con timidez.
“No pibe, deprisa va el mundo; la sangre que nos envuelve…. ¿y si cortamos un rato y nos vamos al café?” – respondió con una sonrisa que se camuflaba entre sus bigotes.
A tan solo 5 años de los ´80 los cafés porteños seguían resistiendo al paso de los años, de las inflaciones y de las dictaduras. En ellos se mezclaba la magia bohemia, la paranoia característica de la capital, los poetas en busca de la prosa perfecta, los Borges, los Arlt, los Cortázar, los García Lorca, los Sábato, los Discepolínes…
“A mí me da que el maestro está a punto de estrenar obra” – le dijo el mozo a la dama de la primera mesa – “no ve como se le fruncen las cejas, el tipo está en otro lado”.
“puede ser, igual siempre fue un pirado” – respondió ella sutilmente.
El café estaba en su punto, caliente y cargado. Negro como los nubarrones que amenazaban con una nueva sudestada en la capital pese a que la primavera ya estaba avanzada y delirante. Se lo bebieron de golpe y dejaron caer las monedas sobre la mesa del bar.
Cuando cruzaron la avenida cerraron el circulo de los cuatro movimientos que tendría aquella opera. En una especie de pacto - homenaje a Pichuco, enarbolaron los cuatro movimientos de la obra con los siguientes nombres: Bandoneón, Zita, Whisky y Escolazo.
- “Espero jefe que no vengan los hijos de puta de siempre con la charla de que esto no es tango y todas esas mierdas” – dijo el baterista del grupo con un poco de resentimiento.
El maestro se detuvo debajo de la farola que se inclinaba en la esquina que daba frente a la plaza Lavalle y nuevamente quedó preso de sus cavilaciones. Pensó en la cama caliente que lo esperaba al salir del teatro, en la ruta que unía Buenos Aires con Paris, en la sangre que se ocultaba tras los monumentos del estado, en los ritmos del corazón, en la amistad, la literatura y la música.
Cuando su acompañante lo codeo buscando una respuesta Astor le dijo:
- “Esta Suite Troileana* es como decir Gracias Pichuco por todo lo que me has dado, gracias por ser tu amigo, gracias por tu bandoneón. Tu amigo, el Gato Piazzolla”.
*Astor Piazzolla graba en septiembre de 1975 la Suite Troileana, la cual está integrada por cuatro movimientos: Bandoneón, Zita, Whisky y Escolazo. La misma estaba dedicada a la muerte de Troilo. Su presentación se realizó en el teatro Colón en el mismo año y fue acompañada por una interminable gira por Argentina y el extranjero.
Carlitos
-
Con once años son otros los horrores, efectivamente.
Jugar a las escondidas se podría considerar casi normal una tarde de
primavera; jugar en grupo, en la...
Hace 4 semanas
2 comentarios:
¡Qué homenaje te mandaste, Dieguito! Impresionante.
Y de yapa, unas pinceladas de ambiente que te meten en el clima quieras o no...
Felicitaciones.
Mooooy bueno! Como dijo el Oso, flor de homenaje e increíble la atmósfera lograda!!!
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