Era un lugar especial en la barra de ese bar, taberna o aullido de solitarios, como le quieras llamar.
La impresión era madera rasguñada, cemento saltado, sillas despedazadas, un vacío hacia el baño, tres luces desenfocadas.
La oscuridad se hizo muy rápido, de caras mojadas, de espejos ambulantes rotos y salpicados, de una niebla pensante capaz de malear todo sueño infiltrado.
El ambiente se contuvo calmo, de un fluir espeso, de ojos entrando y saliendo de sus mismos encantamientos manejados por la inercia de las sombras, como tratando de amansar la estupidez.
La música brotaba intensa, para ser ardida, latida, improvisada en la deformación de la multitud. Él la escuchaba como si se la estuviera comiendo. Y no la sintió más.
Su lugar era la barra, ese pedacito de nostalgia que se degusta como un abrazo cercano.
Acodado y reluciente bebió toda la noche, observó las horas de un nuevo día, escribió, leyó, soñó, y luego la risa devastó una pesadumbre casi antártica que supo acumular cuando la niebla pensaba.
Se abrazó a la noche como a su más preciada dama, la invitó un trago y pudo divisar sus amplios labios morados absorbiendo el infinito de su amargura, se sintió tan conquistado, tan abierto a desmoronarse con o sin motivos sobre sus hermosas y largas piernas, sobre su manto, sobre su cuna.
Esta dama le enseñó su sombra, su parte perdida, su oscuridad inconquistable, su reflejo, su mirada, su alegría, su querer, su creer, su sentir. Sí, le enseñó su sentir!
Juntos miraron desvanecer esa otra noche que aun seguía bailando, arrastrando sus últimas horas en las cortinas ajadas, en las huellas de papel, en los vasos vacíos, sobre el montículo de mil botellas, de mil sorbos desintegrados, resbalando por el tiempo de seres cansados y casi dormidos.
Él insistió en su hueco en la barra, disfrutando de ese confort portátil que siempre lleva a todos lados como una suerte, como una linterna mágica que le designa el camino.
Carlitos
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Con once años son otros los horrores, efectivamente.
Jugar a las escondidas se podría considerar casi normal una tarde de
primavera; jugar en grupo, en la...
Hace 4 semanas
4 comentarios:
es cierto eso que dicen de las compañias nocturnas, a veces en el peor lugar estan las mejores personas, otra no..
al menos estos personajes se contaron sus tiempos y tomaron sus años para un brindis en buena ocasión...
precioso!
me encanta como las metáforas pueden describir tan bien y darle tanta belleza a los lugares, sentimientos, etc.
muy bueno !
La noche, compañera incoquistable, dueña de desengaños y pasiones, amistades y sinsabores, nunca tan bien presentada, tan bien ubicada detrás de esa barra, que a tantos habrá visto desfilar en la eternidad de las horas.
Hermoso!
Unos de los pequeños placeres que en una época solía darme cuando andaba errando por ahí, era meterme un un bar de mala muerte y detenerme a observar a los personajes que lo habitaban. Con mi propio confort portátil era observado, qué duda cabe, por los otros que hacían lo mismo.
Me encantó tu relato, Meli.
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