jueves, 18 de junio de 2009

Miedos ocultos

Lo único que se escuchaba era el goteo continuo de la canilla de la cocina. En la penumbra, parecía el martilleo tétrico de un carpintero muerto clavando su propio féretro en la perpetuidad del más allá. El rítmico sonido inducía a la locura. Pero el miedo a mover un sólo músculo la atenazaba a la cama, incapaz de levantarse, recorrer el pasillo, alcanzar la cocina y ponerle fin al machacante tuc tuc tuc.
Ahora quería dormirse, pero se había desvelado. Se había despertado por un ruido, pero estaba segura que no era el de la gota cayendo contra el acero inoxidable de la pileta. Había sido un jadeo, una especie de quejido amortiguado. No quería pensar mucho en la imagen que se le venía a la mente, que era el de su marido envuelto en una mortaja, pero no podía evitarlo. No tenía la fuerza suficiente.
No era para menos. Hacía muy poco tiempo que había muerto. Ese terrible accidente en el coche, tanta sangre, tanto horror.
Tampoco se animaba a cerrar los ojos, por miedo a escuchar de nuevo ese jadeo. De solo recordarlo se le ponía la piel de gallina. En tanto, la maldita gota de la canilla seguía marcando el ritmo letal en la oscuridad, como un puñal introduciéndose cada vez más profundamente en la herida abierta por su propio filo.
No se decidía a levantarse. Estaba segura que de estirar el brazo hacia el velador la atraparía una mano peluda, repleta de garras, que la tiraría al piso para luego quedar a merced de las bestias que se ocultan en la noche, alrededor de uno, suspirando detrás de la oreja, alimentando las mentes de pesadillas y horrores indescriptibles.
La noche se le antojaba eterna, allí acostada, sin el menor asomo de sueño, con ese ruido lacerante que, creía, en cualquier momento le haría sangrar los oídos, y ese recuerdo inmediato de ese jadeo tan extraño que la había despertado y la mantenía todavía en vilo.
Ni siquiera tenía a quién gritarle. La casa estaba vacía. Los niños en casa de la abuela y su hermana, su amada hermana que no se desprendía de su lado desde el accidente, había salido con el novio.
¿Qué hora sería? Con solo girar la cabeza vería sobre la mesa de luz los números rojos del radio reloj. Pero el terror no se lo permitía. ¿Y si en lugar de números se topaba con dos enormes ojos amarillos? No, se moriría al instante. Ya entonces sentía como el corazón le palpitaba con fuerza. Un fino sudor le cubría la piel de todo el cuerpo. Pero seguía sin mover un solo músculo. El pánico se había apoderado de ella.
Era consciente de eso, sabía que debía combatirlo. Tomó fuerzas de donde no las tenía. Se dijo una y mil veces que era una persona adulta, que debía comportarse entonces como tal. Respiró hondo y sin pensarlo más de una vez (porque desistiría de hacerlo) estiró la mano hacia el velador. Encontró la perilla y lo encendió. Ningún monstruo le atrapó la mano. La luz le devolvió el alma al cuerpo. Se sintió más segura.
Con calma, observó cada rincón y cada cosa estaba en su lugar y estaba bien, así debía ser. Miró el radio reloj. Las tres de la mañana. En punto. Hubiese preferido que no fuera una hora tan exacta, pero le restó importancia.
Sentía aún los músculos agarrotados, así que los masajeó un poco. En tanto, el goteo insistía en romper el silencio cada rítmicos cinco segundos. Buscó el batón blanco que había arrojado sobre la silla cercana a la mesa de luz y se lo colocó mientras se ponía de pie.
Solo es un goteo, se decía. Sin embargo, debía darle fin. La estaba volviendo loca. Y ese jadeo... no podía describirlo, pero tampoco darle una causa. Prefería pensar que no lo había escuchado, que había sido su imaginación.
Salió al pasillo. Estaba tan oscuro como el interior de una tumba. Intentó activar el interruptor, pero recordó que la lamparita estaba quemada. Lo cruzó casi corriendo, temiendo a cada paso el manotazo en la pierna de un muerto viviente o la mano en el hombre de un espectro. Estaba espantada, como jamás lo había estado en su vida.
Llegó a la cocina y se arrojó sobre el interruptor.
Luz.
Apoyó la espalda contra la pared y todavía agitada, comenzó a calmarse. El pecho se le inflaba, para remitir de inmediato pesadamente. Sentía el corazón en la boca. La transpiración le bañaba la frente. Sentía su cuerpo mojado.
El sonido de la canilla goteando la devolvió a su misión.
Su mirada volteó hacia ese lugar.
Quedó petrificada. Su piel se erizó y tembló. Su corazón hizo un crack, casi imperceptible, pero le dolió el pecho, un dolor muy agudo, muy raro, y las piernas le fallaron. Se sintió caer de rodillas. La envolvió de nuevo la oscuridad, mientras intentaba explicar aquello que sus ojos le habían mostrado.
Cómo explicar, como describir... cómo podía ser posible que estuviera goteando sangre de la canilla y aún más extraño, como su marido podía estar sentado sobre la mesada, observándola sonriente, sosteniendo en su mano la pinza que ella había utilizado para cortarle los frenos al coche el día del accidente.

7 comentarios:

SIL dijo...

Neto

Sos maravilloso. Sos genial.
Este post es memorable.
Y yo no encuentro adjetivos (y no me hagas ningún chiste esta noche por favor porque no vas a encontrar manera alguna de hacerme reir),
para describir què opino de tu talento para la escritura.
Te felicito con todo mi corazón.
SIL

Anónimo dijo...

...agrego a lo que dice Sil, DE ANTOLOGIA!! aplausos!y quito mi sombrero por usted señor.

Un abrazo apretadito.
Tere.

el oso dijo...

Ah, ¿la señora hizo una jodita y después no se la aguanta? Ahí tenés... ¡Ja!

Sinceramente, pense que sólo se iba a encontrar con sangre en la canilla o algún otro bichejo, pero el golpe estuvo a la altura del relato. De esos que hacen contener la respiración para soltarla aliviada cuando todo se resuelve.
Brillante, Neto...

Alejandro Ramírez Giraldo dijo...

¡El final es muy bueno!

Un abrazo.

Anónimo dijo...

jajaja si es q nuestros pecados nos perseguirán hasta el útlimo día, hasta la cocina si es necesario, jajaja, genial neto, al mejor estilo stephen king, un lujaso!
abrazos!

Taller Literario Kapasulino dijo...

aaaaaaaaaaaaaaaaaa........ que aterrador!!!!!!!!!
Lo primero: me encanto la descripcion de los distintos miedos que si alguno alguna vez durmio solo tiene que entender estas descripciones... que estan genialmente narradas.
Segundo: el final espectaculaaaaaarrrr, claro ahora entiendo porque tenia tanto miedo, creo que en el fondo se lo veia venir.
Me hiciste acordar a tu cuento del tipo que vive cerca de las vias del tren
Excelente Neto!

Maria Susana dijo...

Y esto es para meditar antes de cortar por lo sano, o andar cortando frenos...que se yo! y si el finado se lo merecía?
saludos.