“Cuando sentí el calor de la herida en la espalda ya era tarde.
¡Y todo por culpa de esa morocha atorranta! ¡¿Cómo no me di cuenta que me estaba agarrando pa´la joda?!” – me dijo el Rafa.
El bailongo del Club del Tango de calle General López no estaba nada mal; así que el Rafa no se lo podía perder.
Se preparó todo el día para la cita. Por la mañana, mientras esperaba que lo atendieran en la carnicería del viejo Acuña, practicaba los pasitos silenciosamente mientras clavaba sus tacos en el piso del local. Se compró un buen filete de carne para ponerse fuerte y apuntarse unos puntitos a favor con aquella morocha que lo había desafiado a un paso doble en el Club Sacachispas la semana anterior.
El Rafa no se apuró en volver a su casa.
Caminó por la avenida mientras saludaba a los conocidos y sorteaba las baldosas flojas de la vereda imaginando que cada una de ellas era algún firulete que se estaba marcando con sus zapatitos de charol recién lustrados.
“A este guapo no le engrupe nadie” – se repetía una y otra vez.
Aunque en el fondo de su corazón el Rafa no entendía cómo aquella mina se podría haber interesado en él. Se miraba al espejo fijamente, se vaciaba los bolsillos y comprobaba que sólo tenía un par de morlacos, un peine fino y el reloj que le había dejado su abuelo antes de partir a un barrio mejor.
“¿Cómo carajo se va a fijar en mí?” - se decía nuevamente y suspiraba.
Caída la noche partió pa´ el baile como estrella que no quiere hacerse ver; evitó pasar por el bar del Mario para que no le embromen los “chochamus” y acaso algún osado intentara despeinarlo de un sopapo.
Cuando entró al salón del club notó como el corazón le apretaba el nudo de la corbata y se juró que ya no había vuelta atrás. Esa noche la morocha caería en sus brazos; esa noche el farolito que le alumbraba la esquina de su orgullo iba a brillar con toda la fuerza; esa noche el Rafa iba a jugar con los labios carnosos de aquella dama, esa noche…
Cuando la orquesta arrancó con las primeras notas de “Taquito Militar” se armó semejante milonga que parecía que ese fuera el último día del mundo.
El Rafa se acercó a la morocha y sin sonreírle le sujetó de la cintura y empezó a bailar.
La llevó al centro del salón y le susurró al oido algunas frases que recordaba de aquel libro de poemas de Carriego que una vez se afanó de
Era la noche perfecta.
“¡Esta es la mía!” – se juraba el Rafa mientras se secaba el sudor de la frente.
Pero esa reunión de guapos y arrabaleros no era una milonga cualquiera. Aquella noche que parecía tan mansa y animada guardaba un oscuro secreto a las espaldas del Rafa.
Los varones de la barriada del Sacachispas no iban a permitir que un tipo del centro se llevara a la dama del club. Y aquella dama de curvas peligrosas y mirada infernal tampoco se dejaría conquistar tan fácilmente.
Mientras la muchedumbre giraba al compás de la melodía, los muchachos se acercaban al centro de la pista; y la pareja endemoniada no paraba de bailar, El Rafa se movía como un alma enloquecida y la morocha sonreía sin cesar mientras apuntaba su vista hacia los muchachos que se acercaban a ellos dos.
“En aquel loco remolino de tangos, milonguitas, guapos, guitarras y bandoneones; me encontraba yo pibe” – me dijo el Rafa aquella fría noche de Junio que lo visité en el hospital mientras le curaban las heridas de arma blanca que se ligó en aquel baile del demonio.
Cuando volví a casa ya era de madrugada. Pero en el camino algo me llamó la atención y me hizo sonreír irónicamente.
En la pared del Tango Club de Villa Constitución alguien había pintado un graffiti que decía: “Esa morocha es un infierno”.
7 comentarios:
cuento arrabalero!! muy bueno!
pobre Rafa la ligó nomás! pero con su temperamento no lo veo resignándose. si se come un buen bife de Acuña entonces tiene que ser de los buenos!! jaja
besossssssss
Ya sabemos por Dolina lo que le sucede a quienes persigue un amor infernal. Ahora conocemos por vos Dieguito lo que le sucedía en Villa a un guapo de años atrás. Grandioso, sinceramente. Me encantó la prosa, el colorido, la trama, los paisajes locales, toooooooodo!!!!!
¡Ya estaba Acuña en aquel entonces! Es más viejo de lo que pensaba. Eso si, la carne debió de ser tan dura hace tantas décadas como la de hoy en día jajaja.
Un abrazo a la distancia!!!!!!!
El INFIERNO puede cobrar mil formas, incluso la de una infartante morocha milonguera.
Un beso.
¡Muchas morochas son un infierno! Muy buen relato.
Me encanto Diego! Y ese final es una genialidad!
Buenísima, la pintura de Villa de otrora, tangazos, milongas, el feroz Saca...
¡y el duro de Acuña repartiendo bifes como planchuelas...!
Genial, Dieguito!!!
Puro talento. Me gusta el silbido de tus palabras.
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